RESUMEN

Algunos importantes teóricos políticos contemporáneos, entre ellos Müller y McCormick, han querido vincular las reflexiones de Carl Schmitt sobre Europa con diferentes proyectos de organización política (la Unión Europea o el fallido tratado constitucional de 2003). Estas consideraciones han solido asumir que en la obra de Schmitt se defiende una imagen unitaria de Europa, lo cual es una aproximación equivocada. Este artículo se propone analizar la ambivalente imagen de Europa en la obra de Schmitt. Con esta aportación no solo se llenará un vacío bibliográfico, sino que se podrá establecer un diálogo más realista y preciso entre el concepto schmittiano de Europa y proyectos concretos de organización política de Europa.

Palabras clave: Carl Schmitt; Unión Europea; pensamiento conservador; ambivalencia.

ABSTRACT

Some important political theorists, Müller and McCormick among them, have tried to link Carl Schmitt’s image of Europe and different political projects (the European Union, the 2003 failed constitutional treaty). This reflections have usually understood Carl Schmitt’s image of Europe as unitary, which is an unprecise approach. In this article I propose to fully analyze Carl Schmitt’s concept of Europe. With this article, not only a bibliographical vacuum would be fulfilled, but also it would make possible to establish a more realistic and accurate dialogue between the schmittian concept of Europe and concrete projects of political organizations in Europe.

Keywords: Carl Schmitt; European Union; conservative thought; ambivalence.

Cómo citar este artículo / Citation: Saralegui, M. (2020). Amiga y enemiga: la ambivalente Europa de Carl Schmitt. Revista de Estudios Políticos, 187, 189-‍208. doi: https://doi.org/10.18042/cepc/rep.187.07

SUMARIO

  1. RESUMEN
  2. ABSTRACT
  3. I. LA REFLEXIÓN EUROPEA SOBRE SCHMITT
  4. II. EL ANTIEUROPEÍSMO DE SCHMITT
  5. III. EL EUROPEÍSMO DE SCHMITT
    1. 1. El miedo como configurador del europeísmo schmittiano
    2. 2. Europa: el imperio como orden global
  6. IV. DEL TIBIO ANTIEUROPEÍSMO AL INACEPTABLE GRAN ESPACIO EUROPEO
  7. NOTAS
  8. Bibliografía

I. LA REFLEXIÓN EUROPEA SOBRE SCHMITT[Subir]

A fines de 1950, Schmitt se queja de una crítica dedicada al Nomos de la Tierra a Rafael Calvo Serer, en aquel momento un influyente hombre cultural del franquismo: «Ojalá que el Nomos de la Tierra goce de un justo enjuiciamiento. ¿Dónde se podrá esperar justicia si no en España como último asilo del pensamiento europeo [Spanien als dem letzten Asyl europäischen Denkens], en un tiempo de suicidio europeo?» ( ‍Saralegui, M. (2016). Carl Schmitt pensador español. Madrid: Trotta.Saralegui, 2016: 81). El lamento de Schmitt llama especialmente la atención por identificar a la España de Franco con Europa. La España franquista es el «asilo del pensamiento europeo». Se trataría de la última superviviente de una Europa que, tras la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial, se habría suicidado. Schmitt no explica en qué consiste este suicidio. Sobre todo, no revela qué precioso legado europeo ha conseguido proteger el franquismo. Puede que solo sea un movimiento retórico para que Calvo proteja y aliente la circulación del Nomos entre los juristas y los internacionalistas españoles, escasísima por lo demás. En todo caso, la carta informa de la importancia que el europeísmo y la imagen de Europa posee en la obra de Schmitt, aunque sea en un plano retórico y afectivo. También revela que este europeísmo es tan ambivalente como personal e idiosincrásico, pues se permite afirmar, como si no representara un problema, que la España de Franco es el último asilo del espíritu europeo.

Si bien no conocían este documento, los estudiosos de Schmitt han sido conscientes de la importancia que Europa representa en su pensamiento. Aunque parece difícil de conciliar con el espíritu de la carta dirigida a Calvo Serer, algunos teóricos políticos han querido vincular el concepto schmittiano de Europa con los proyectos políticos de una Europa unificada que se implantan y proponen tras la Segunda Guerra Mundial. Jan Werner Müller ha reflexionado sobre la conexión entre el pensamiento de Schmitt y el proyecto de constitución europea ( ‍Muller, J. W. (2000). Carl Schmitt and the Constitution of Europe. Cardozo Law Review, 21, 1777-1795.Muller, 2000). Por el contrario, McCormick ha afirmado que su postura «lo aparta de la mayoría de los teóricos del siglo xx que han pensado en una Europa más unificada» ( ‍McCormick, J. (2003). Carl Schmitt’s Europe: Cultural, Imperial, and Spatial Proposals for European Integration, 1923-1955. En C. Joerges y N. Singh Ghaleigh (eds.). Darker Legacies of Law in Europe. The Shadow of National Socialism and Fascism over Europe and its Legal Traditions (pp. 133-141). Oxford-Portland: Hart Publishing.2003: 133). La desconexión entre el pensamiento de Schmitt sobre Europa y los proyectos políticos europeos de postguerra han hecho preguntarse a Reinhard Mehring si la reflexión de Schmitt sobre Europa solo debe interesar a los historiadores, y no a los constitucionalistas ni a los expertos en derecho internacional ( ‍Mehring, R. (2009). Carl Schmitt: Aufstieg und Fall. München: C. H. Beck.Mehring, 2009).

La reflexión sobre la imagen de Europa de Schmitt y su conexión con proyectos políticos concretos y con programas europeístas se ha realizado de una manera que considero precipitada. Apenas se ha reparado en la complejidad conceptual y variación cronológica de las ideas de Schmitt sobre Europa. Para conectar la reflexión schmittiana con los proyectos europeístas posteriores, tanto Müller como McCormick han asumido que, a lo largo de todo su corpus, Schmitt defiende una misma postura. Antes de establecer cómo se puede relacionar las ideas de Schmitt sobre Europa con problemas concretos constitucionales, es necesario realizar una completa descripción de las variadas opiniones que Schmitt da sobre Europa y el europeísmo a lo largo de su producción. El propósito de este artículo consiste en cubrir este vacío dejado por la bibliografía: mostrar la imagen global de Europa en el corpus de Schmitt. Solo cuando se haya hecho este examen erudito, tendrá sentido realizar un debate intelectual.

Dividiré mi exposición sobre la imagen que Schmitt construye de Europa en dos secciones fundamentales. En la primera de ellas, describiré el antieuropeísmo de Schmitt, el cual queda definido por dos factores. En primer lugar, identificará a Europa con el liberalismo. Esta asociación trae consigo una serie de consecuencias negativas: Europa aparece como el lugar de la frivolidad política y de la falta de decisión. El efecto perturbador del europeísmo se vincula a la disgregación de la nación y al olvido de la política. En segundo lugar, como factor problemático, Europa aparece asociada a la incapacidad del pensamiento conservador de traspasar las fronteras y de representar un papel en la historia universal.

En la segunda sección expondré los aspectos positivos de la imagen Europa en el pensamiento de Schmitt. También dos motivos hacen que Europa represente un papel positivo en su obra. En primer lugar, existe en Schmitt un europeísmo reactivo. Por este motivo, su europeísmo se forjará contra dos posibles amenazas: la más accidental y epidérmica rusosoviética y la más profunda y constante norteamericana. En segundo lugar, en un momento muy tardío de su producción, Schmitt realizará una completa apología de Europa y de su capacidad para haber establecido un benigno orden internacional entre el fin de las guerras de religión y el de la Primera Guerra Mundial. No solo se trata de un buen orden internacional, sino del primer orden político verdaderamente global.

II. EL ANTIEUROPEÍSMO DE SCHMITT[Subir]

El antieuropeísmo de Schmitt es bastante previsible para cualquier conocedor de su trayectoria política. Carl Schmitt mira con reticencia el papel político de Europa. Como en muchos otros pensadores autoritarios de la primera mitad del siglo xx, también en su pensamiento existe una tensión entre nación y Europa, en la que esta se lleva la peor parte ( ‍Knegt, D. (2017). Fascism, Liberalism and Europeanism in the Political Thought of Bertrand de Jouvenel and Alfred Fabre-Luce. Amsterdam: Amsterdam University Press. Disponible en: https://doi.org/10.1515/9789048533305Knegt, 2017). En los escritos polémicos incluidos en Posiciones y conceptos, Schmitt defenderá el nacionalismo alemán con excesos románticos y argumentos unilaterales que han de incomodar a lectores acostumbrados a su perfil más teórico. Sin embargo, también en El concepto de lo político se inclina por el nacionalismo con una intensidad que parece no dejar espacio a que Europa adopte una identidad política.

A lo largo de El concepto de lo político, muchas ideas típicamente asociadas a Europa serán criticadas y hasta ridiculizadas. De modo general, Schmitt atribuye a Europa una constitutiva incapacidad política. Europa será despreciada por su frivolidad, la cual, desde fines del siglo xviii, le habría hecho perder progresivamente la capacidad para la decisión política: «En una Europa desorientada, una burguesía relativista estaba procurando convertir en objeto de su consumo estético todas las culturas exóticas imaginables. Antes de la Revolución de 1789 la sociedad aristocrática francesa soñaba con el hombre bueno por naturaleza y con un pueblo conmovedoramente virtuoso» ( ‍Schmitt, C. (1998). El concepto de lo político. Madrid: Alianza.Schmitt, 1998: 97). Frente a la superficialidad europea, la nación aparece como la instancia de la decisión y de la política. Se contrasta a la Europa frívola con la nación grave. Esta preferencia se comprueba en la misma distinción que responde a la pregunta por lo político. A pesar de que su historicidad y formalismo impiden que lo político quede estabilizado en la nación, la retórica con que describe a la categoría de amigo-enemigo es de inspiración nacionalista y romántica. Por último, el antiliberalismo de Schmitt parece impedir un acercamiento a Europa como ideal político. Para Schmitt, aunque sea de modo equivocado, se ha identificado el liberalismo como la ideología que define a Europa: «La igualdad del Estado burgués y el derecho a la libertad del constitucionalismo liberal se presuponen como la ley fundamental de la civilización europea» ( ‍Schmitt, C. (1995). Völkerrechtliche Großraumordnung mit Interventionsverbot für raumfrende ächte: Ein Beitrag zum Reichsbegriff im Völkerrecht. En C. Schmitt (ed.). Staat, Grosraum, Nomos (pp. 269-371). Berlin: Duncker und Humblot.Schmitt, 1995: 292).

Hasta en un escrito tan tardío como Interpetación europea de Donoso Cortés (1949), Schmitt parece seguir alejado del ideal europeísta. En esta obra, Schmitt escribe como teórico de la derecha. Reflexiona sobre uno de los fracasos fundamentales del pensamiento político autoritario: la incapacidad de ofrecer una alternativa al internacionalismo progresista. A diferencia del marxista, el conservador se queda encerrado en la experiencia nacional. La derecha solo existe dentro de la nación, lo que define a un conservador en un país es incompatible con lo que lo define en otro: «El monarquismo católico de tipo latino, el sentimiento dinástico de los protestantes prusianos y la unión de la ortodoxia rusa con el zarismo representan tres poderes conservadores diferentes en religión y nacionalidad, que nunca pueden constituir una unidad tan homogénea como la revolución internacional, cuyo racionalismo suprimió las trabas tradicionales con mecánica sencillez» ( ‍Schmitt, C. (1952). Donoso Cortés, en Berlín. En Interpretación europea de Donoso Cortés (pp. 97-126). Madrid: Rialp.Schmitt, 1952: 124-‍125). Al comprobar que la identidad conservadora se evapora en el momento en que traspasa sus fronteras, será razonable que el conservador a la vez lamente su incapacidad por traspasar las fronteras nacionales y desconfíe de quienes, como el liberalismo y el socialismo, sean capaces de hacerlo.

De esta manera, Europa parecería quedar fuera del discurso schmittiano por dos motivos: el primero, sustancial; el segundo, estratégico. Desde una perspectiva general, Europa es liberal y, por tanto, enemiga de la decisión política. Desde una perspectiva reaccionaria y antiprogresista, Schmitt consideraría que Europa es un escenario en que este tipo de posturas tienen las de perder por su incapacidad para generar un discurso paneuropeo. De esta manera, Schmitt estaría próximo a aquellos pensadores de derecha que sitúan la nación por encima de Europa, se acerca a quienes piensan la pérdida de la soberanía nacional como un problema provocado por la intromisión europeísta, cuya tendencia universalista le impide entender las exigencias de la política concreta. Peor aún, en caso de tomarse en serio el proyecto europeo, el conservadurismo y la derecha desaparecerían, pues aquello que los constituye varía de país a país. La derecha carece de una base ideológica —el marxismo para la izquierda— que le permita constituir una familia europea estructural y sólida.

Sin embargo, la situación de Europa en el pensamiento de Schmitt es mucho más compleja. Incluso en las consideraciones negativas ya presentadas, ya bulle la ambivalencia. Si estas ideas desacreditan la posibilidad de un europeísmo lineal y normativo en el pensamiento de Schmitt, la ambivalencia se empieza a detectar en la misma incapacidad del pensamiento conservador de alcanzar una identidad europea. Si en los años veinte, en Posiciones y conceptos y El concepto de lo político, Schmitt considera que la nación es un límite benéfico y propiamente político, en Interpretación europea de Donoso Cortés se juzga esta falta de proyecto internacional como una carencia. El conservador tiene el deseo de convertirse en europeo, en extender su doctrina política fuera del marco nacional. Para la lectura de Schmitt, el Donoso del Ensayo sobre la dictadura quiere permitirle a la derecha y al conservadurismo superar los límites de la nación y alcanzar una dimensión europea. Hay que interpretar la dictadura donosiana como un intento por darle una institución concreta y europea al pensamiento político antirrevolucionario. Solo Europa le permitirá al proyecto conservador-autoritario ser político, pues solo así podrá competir en la contienda de la historia universal. Tras la publicación en 1949 de Interpretación europea de Donoso Cortés —el título ya es informativo de la vocación europeísta— se abandona el proyecto. Sin embargo, este paso en falso advierte de que la relación con el europeísmo ha comenzado a ser más compleja y ambivalente de la que había defendido en El concepto de lo político.

El deseo y la necesidad de dar una configuración europea a la tradición conservadora ofrece una clave de lectura para todo el corpus schmittiano. El proyecto político nacionalista y antiliberal convive con una ambición europeísta, con un deseo de mostrar que la política europea puede ser algo más que liberalismo y universalismo político. ¿Cómo se expresará este oblicuo europeísmo? En dos elementos. Por un lado, en un discurso sobre el miedo. Por otro, en una justificación del imperialismo europeo. En la obra de Schmitt, el europeísmo nacerá de una combinación de miedo y de imperialismo, más nostálgico que proactivo, admirado más como testimonio de la historia universal que como proyecto político.

III. EL EUROPEÍSMO DE SCHMITT[Subir]

El europeísmo de Schmitt se caracteriza por dos actitudes, cada una de las cuales corresponde de modo claro a dos diferentes etapas de su producción. En los años veinte, el europeísmo de Schmitt es reactivo. Europa debe defenderse de las amenazas externas. Por otro lado, en El Nomos de la Tierra de 1950, Schmitt reconstruirá la historia moderna sobre la benéfica preeminencia de Europa sobre el resto de la Tierra.

1. El miedo como configurador del europeísmo schmittiano[Subir]

A pesar del antieuropeísmo y del nacionalismo de El concepto de lo político, no hace falta esperar a la segunda postguerra mundial para encontrar en Schmitt un discurso europeísta. Ya en las páginas finales de una de sus primeras obras, Catolicismo romano y forma política, Schmitt ensalzará el valor político y espiritual de Europa. Este reconocimiento se expresará a través de una negación: hay que defender a una Europa amenazada. El primer motivo del europeísmo de Schmitt lo constituye el miedo. Europa se convierte en una amiga solo porque la acosa otro enemigo. ¿Quién asusta a esta Europa schmittiana? La revolución soviética, de la que Schmitt siempre ofrecerá una descripción muy personal. Europa se encuentra amenazada por dos grupos idénticamente bárbaros: «La combativa clase proletaria de las grandes ciudades y el rusismo, que se desvía de Europa» ( ‍Schmitt, C. (2011). Catolicismo romano y forma política. Madrid: Tecnos.Schmitt, 2011: 48). Sorprendentemente, la amenaza soviética no se encarna en el marxismo, sino en el irracionalismo ruso y en el irracionalismo proletario: «El hecho de que ambas hayan coincidido en suelo ruso […] encierra una profunda verdad en la historia de las ideas» ( ‍Schmitt, C. (2011). Catolicismo romano y forma política. Madrid: Tecnos.Schmitt, 2011: 48). El aspecto ideológico de la amenaza es secundario. Más bien, redefine en términos geográficos la tensión ideológica: el hecho de que la revolución se haya dado en Rusia la hace más anarquista que marxista. Si en un texto casi contemporáneo Schmitt insistirá en la superioridad revolucionaria del anarquismo al considerar que Marx «solo fue un maestro de escuela» ( ‍Schmitt, C. (1996). Teorías antirracionalistas del empleo directo de la violencia. En Sobre el parlamentarismo (pp. 83-97). Madrid: Tecnos.Schmitt, 1996: 89), en Catolicismo romano confirma la prevalencia del elemento ruso por ser «un hecho inexplicable […] para todas las construcciones hasta ahora hechas por el marxismo» ( ‍Schmitt, C. (2011). Catolicismo romano y forma política. Madrid: Tecnos.Schmitt, 2011: 48). A través de la revolución, un espacio geográfico (Rusia) amenaza a otro (Europa) y un espacio geográfico (Rusia) da el verdadero contenido ideológico a la revolución. Rusia hace que la revolución de octubre sea anarquista.

Sin embargo, esta amenaza rusa necesita justificación. Si se recuerda el contenido de El concepto de lo político, Europa no aparecía tanto como una solución, sino como un problema. Políticamente, Schmitt no ha explicado por qué motivo Europa debe ser protegida. Es fácil aceptar que Rusia, con su violencia revolucionaria y su universalismo político, acabará con el pluralismo de las naciones. Es natural que esta expansión incomode a un nacionalista. Sin embargo, no está claro por qué es preocupante que Europa desaparezca como forma tan decadente y liberal como escasamente política.

¿Representa Europa algo más que este conjunto de naciones amenazadas por el expansionismo soviético? McCormick ha dicho que la Europa que Schmitt quiere defender en Catolicismo romano es la cristiana: la Iglesia católica sería una «tienda bajo la que los europeos podrían unirse contra el enemigo común de la Rusia soviética ( ‍McCormick, J. (2003). Carl Schmitt’s Europe: Cultural, Imperial, and Spatial Proposals for European Integration, 1923-1955. En C. Joerges y N. Singh Ghaleigh (eds.). Darker Legacies of Law in Europe. The Shadow of National Socialism and Fascism over Europe and its Legal Traditions (pp. 133-141). Oxford-Portland: Hart Publishing.2003: 134)». De acuerdo a esta interpretación, el fondo espiritual de Europa seguiría siendo cristiano en 1917: habría que salvarla por los mismos motivos por los que se debería proteger al cristianismo. Esta identificación entre Europa y cristianismo me parece equivocada. A la altura de 1923, año de publicación de esta obra, parece difícil, no solo para Schmitt, identificar Iglesia y Europa. Incluso si desde un punto de vista biográfico aún no se había alejado definitivamente de la Iglesia católica, en sus análisis históricos Schmitt reconoce que, a comienzos del siglo xx, la identidad europea está más cerca del anticatólico siglo xviii que de la unidad cristiana del medievo. Precisamente la diferencia profunda que ya a comienzos del siglo xx separa a la Iglesia de Europa confiere sentido la pregunta con que se cierra Catolicismo romano: ¿por quién se tendrá que decidir la Iglesia? ¿Por el liberalismo (europeo) o por el anarquismo (ruso)? Si Europa fuese idéntica al cristianismo, la pregunta carecería de sentido. Que Schmitt no identifica Iglesia y la Europa de comienzos del siglo xx se comprueba también en el tipo de apoyo que Schmitt considera que la Iglesia debe dar a esta Europa amenazada. Por un lado, es condicional. Por otro, es tibio: «La Iglesia tendrá que estar, de hecho, aunque no puede declararse a favor de ninguna de las partes beligerantes, de lado de alguna de ellas, como estuvo […] del lado de la Contrarrevolución» ( ‍Schmitt, C. (2011). Catolicismo romano y forma política. Madrid: Tecnos.Schmitt, 2011: 49). Frente a la revolución anarquista, la Iglesia estará «del lado de la idea y de la civilización europeo-occidental» ( ‍Schmitt, C. (2011). Catolicismo romano y forma política. Madrid: Tecnos.Schmitt, 2011: 49). Aunque este apoyo de la Iglesia no sea definitivo, Europa sí queda definida frente a la amenaza rusa. Rusia encarna el odio «contra la cultura de cuño europeo-occidental» ( ‍Schmitt, C. (2011). Catolicismo romano y forma política. Madrid: Tecnos.Schmitt, 2011: 48). Frente a este odio, Europa representa la idea y la civilización. Aunque obligatoriamente en un grado menor que la Iglesia, Europa conserva los restos suficientes de idea y de civilización como para que provisionalmente se la prefiera a la revolución bolchevique.

Aunque para un pensamiento político reactivo y dialéctico como el de Schmitt es aceptable que el racionalismo europeo se defina solo en contraste con el irracionalismo ruso, hay motivos para dudar de la solidez de la apología del racionalismo con la que se cierra esta obra. Ni McCormick ni la mayoría de los intérpretes de Catolicismo romano y forma político han reparado en la debilidad de construir una apología de Europa, y de paso del catolicismo, sobre el racionalismo. Si en Catolicismo romano ya informa de que el apoyo de la Iglesia a la cultura occidental no es definitivo, de modo contemporáneo Schmitt está escribiendo un texto, que se publicará con dos títulos diferentes: «La teoría del mito» (recogida en Posiciones y conceptos) y «Teorías antirracionalistas del empleo directo de la violencia» (en Sobre el parlamentarismo). En este texto defiende y aprueba que la política ya no debe ser racional, sino mítica. En este texto, Schmitt no critica Las reflexiones sobre la violencia de Sorel por su irracionalismo ni por su perspectiva mítica, sino por haber escogido un mal mito. En este texto, Schmitt se entiende a sí mismo como un Sorel autoritario y nacionalista. Frente a la huelga general, Schmitt defiende el mito fascista de la nación. La oposición ya no se da entre Descartes y Bakunin (entre un racionalista y un irracionalista), sino entre Bakunin y Mussolini (entre dos irracionalistas). Por supuesto, Rusia no se enfrenta a Europa, sino a la nación. No puede sorprender entonces que Schmitt prefiera al mito sobre la razón y a la nación sobre Europa en Teoría política del mito. De esta manera, si Rusia con su falso mito sigue asustando a la Europa de Schmitt, parece mucho más problemático justificar que este miedo se deba a la amenaza sobre una racionalidad de cuya eficacia política el mismo Schmitt dudaba. El miedo que proviene de Rusia no es el mito, sino que, en tanto mito marxista, un mito con menor capacidad política que la nación. Como Galli ha recordado, el uso del mito en Schmitt es marcadamente político, no le preocupará el mito en un sentido arquetípico o autónomo ( ‍Galli, C. (2011). Schmitt e Hobbes: una strana coppia? En C. Schmitt. Sul Leviatano (pp. 7-32). Bolonia: Il Mulino.Galli, 2011: 31). Por lo tanto, frente lo que McCormick sugiere, Europa no se identifica ni con el racionalismo ni con el cristianismo, sino con la nación.

Pero este miedo ruso no es el único temor configurador del europeísmo schmittiano. Un segundo temor, constante a lo largo de su producción, lo conformará: los Estados Unidos. Con un solo paréntesis, el cual explicaré en este artículo, los Estados Unidos se limitan a ejercer de bestia negra, tanto del pensamiento político de Schmitt como de su idea de Europa. De hecho, ya encarnan una amenaza en Catolicismo romano como enemigos de lo político: «Los financieros americanos y los bolcheviques rusos se encuentran juntos en la lucha por el pensamiento económico, es decir, en contra de los políticos y los juristas» ( ‍Schmitt, C. (2011). Catolicismo romano y forma política. Madrid: Tecnos.Schmitt, 2011: 16).

¿Por qué los Estados Unidos amenazan a Europa? Aunque no alcancen jamás el rango de enemigo total, sí son el rival más duradero. Los Estados Unidos amenazan secundariamente a Europa. Si Europa es retratada ocasionalmente como la responsable de la frivolidad política, Estados Unidos encarna siempre la incapacidad política, pues han sustituido un sistema político por uno económico-productivo. Más que a Europa, los Estados Unidos amenazan la jerarquía de lo político sobre lo económico. Si Europa suele ser criticada como la heredera inconsciente de un orden político, Estados Unidos es censurado por destruir el último orden político global (sin haber sido capaz de crear otro).

¿Por qué resulta amenazante esta incomprensión política? Porque no es meramente pasiva. Los Estados Unidos retratados por Schmitt poseen un carácter paradójico. Están dotados de una ambivalencia parecida a la detectada por Holmes en su Anatomía del antiliberalismo, quien pregunta de modo retórico a Schmitt cómo es posible combinar la debilidad del liberalismo con su capacidad para derrotar a todos sus enemigos ideológicos ( ‍Holmes, S. (1993). The Anatomy of Antiliberalism. Harvard: Harvard University Press.1993: 53). Por un lado, los Estados Unidos no son políticos. En la obra de Schmitt representan un papel estable: encarnan una segunda fase del liberalismo, la cual queda determinada por la producción y la tecnología. Por otro lado, buscan expandir esta ideología por todo el mundo, confiados en que se trata del último paso en la civilización y no un peligroso punto intermedio entre el estado de naturaleza y la sociedad civil. El problema de esta expansión es doble. En primer lugar, destruyen la politicidad alcanzada por algunos Estados europeos. En segundo lugar, su falta de politicidad les impide establecer un orden internacional.

Como en el caso de Rusia, el miedo y la amenaza son primarios, se producen antes de que Schmitt haya explicado por qué Europa debe ser protegida, cuál es el motivo por el que la pérdida ha de causar temor. Más aun, hasta que se publique el Nomos, los lectores de Schmitt no sabemos por qué admirar la estatalidad clásica europea. Hasta la Segunda Guerra Mundial, por el contrario, su fama se debía a haber mostrado cómo el Estado clásico ya no podía ejercer eficazmente su soberanía por la aparición de superestados como los Estados Unidos y la Rusia soviética. Si es razonable que Schmitt sienta miedo de que los Estados Unidos amenazan la soberanía de las naciones europeas de modo independiente, el miedo de Schmitt por la desaparición de una comunidad política europea no está justificado. No ha explicado por qué es problemático que Europa desaparezca como unidad política. Más aún, un episodio en la producción intelectual previa a la Segunda Guerra Mundial demuestra que Schmitt no solo no siente miedo de la desaparición de Europa, sino que el mismo había comenzado a medir y a entender Europa desde una perspectiva americana. Con la teoría schmittiana del gran espacio Grossraum, Schmitt comprende a Europa desde los Estados Unidos.

A pesar de que la teoría del gran espacio es uno de los aspectos más originales de su pensamiento internacional, Schmitt presenta esta propuesta más como una adaptación que como una novedad. Con la teoría del gran espacio Schmitt cree que el orden europeo previo a la Segunda Guerra Mundial —determinada por la dificultad de encajar a Alemania como superpotencia naciente— podrá alcanzarse a través de la aplicación de la doctrina Monroe. A fines de los años treinta, Schmitt considera que el nuevo orden internacional puede construirse sobre la adaptación germánica de la doctrina Monroe. Este es el momento de la mayor debilidad del europeísmo schmittiano: no solo dejar de pensar el mundo desde Europa, sino pensar Europa desde los presupuestos jurídicos de los Estados Unidos.

Es necesario prestar atención al modo como la doctrina Monroe se presenta en el corpus de Schmitt. Este escribe una historia muy personal de «América para los americanos», la cual narrará en dos episodios. En el primero, la doctrina Monroe tiene un carácter americano y defensivo. Los Estados Unidos protegen su área de influencia, lo que a Schmitt le parece un criterio de orden internacional admirable, a pesar de que supone una completa minusvaloración de la soberanía de las repúblicas latinoamericanas. Se trata de la etapa positiva de esta doctrina. En su segundo episodio, la doctrina Monroe ya no respeta los límites americanos, sino que intervendrá, determinará y querrá influir sobre las decisiones europeas. Solo en este momento, por esta invasión a la soberanía de los Estados europeos, considera inapropiado este criterio internacional ( ‍Schmitt, C. (1995). Völkerrechtliche Großraumordnung mit Interventionsverbot für raumfrende ächte: Ein Beitrag zum Reichsbegriff im Völkerrecht. En C. Schmitt (ed.). Staat, Grosraum, Nomos (pp. 269-371). Berlin: Duncker und Humblot.Schmitt,1995: 303)

C. Schmitt podrá hablar del «justificado éxito de la doctrina Monroe anunciada en 1823 […] mientras evitó [sich bewahrt hat] la falsificación universal-imperialista y permaneció como un verdadero principio de gran espacio de derecho internacional que excluye [abwehrendes] las intervenciones de potencias extranjeras».

‍[1]
.

El punto fundamental es que Schmitt acepta y reivindica las consecuencias políticas e internacionales del primer episodio de la doctrina Monroe. Esta aceptación es importante por dos motivos que relativizan el europeísmo de Schmitt hasta un momento muy avanzado de su producción (hasta la publicación del Nomos). En primer lugar, se debe notar que Schmitt afirma en diversas ocasiones el carácter directamente antieuropeo de la doctrina Monroe. Esta se elabora como reacción americana a las tentativas europeas de la Santa Alianza de expansión por América ( ‍Schmitt, C. (2014). Völkerrechtliche Formen des modernen Imperialismus. En Positionen und Begriffe im Kampf mit Weimar-Genf-Versailles 1923-1939 (pp. 111-123). Berlin: Duncker und Humblot. Disponible en: https://doi.org/10.3790/978-3-428-54327-4Schmitt, 2014: 187)

«Sien beginnt […] rein defensiv. Sie wendet sich im Jahre 1823 gegen das damalige Europa und das damaligen Völkerbund, d.h. gegen die Heilige Allianz und deren Interventionen in Südamerika».

‍[2]
.

Pero, sobre todo, en segundo lugar Schmitt quiere importar la primera versión de la doctrina Monroe para la Alemania nazi. El nuevo orden internacional, el cual Schmitt pensaba que debía formarse en los momentos previos a la Segunda Guerra Mundial, hará de Alemania una potencia tan influyente sobre el Centro y el Este de Europa como los Estados Unidos lo son respecto del Sur de América. A diferencia de lo que Fichera ha sostenido, Schmitt no considera que este gran espacio alemán deba ser homogéneo ( ‍Fichera, M. (2015). Carl Schmitt and the new world order. A view from Europe. En M. Arvidsson, L. Brännström, L. y P. Minkkinen, P. (eds.). The Contemporary Relevance of Carl Schmitt: Law, Politics, Theology (pp. 165-178). London: Routledge. Disponible en: https://doi.org/10.4324/9781315742243-12Fichera, 2015: 173). El gran espacio no constituye simplemente una extensión espacial y cuantitativa del Estado. De acuerdo a la descripción de Schmitt, el gran espacio alemán estaría dotado de una función más negativa que positiva. No construye un Estado homogéneo, sino que se comporta como única potencia militar de la zona, lo que debe excluir las intervenciones bélicas de cualquier otro Estado en esta zona. Para Schmitt, el gran espacio alemán no busca la homogeneidad cultural, sino que asegura la diversidad. En un comentario muy exagerado, llegará a afirmar que el gran espacio dominado por Alemania asegurará el pluralismo cultural de la Europa del Este mejor que la Sociedad de Naciones. Por este motivo podrá afirmar, de modo delirante, que el objetivo del Tratado Alemán-Soviético de Amistad, Cooperación y Demarcación, firmado el 28 de septiembre de 1939 por Ribbentrop y Mólotov, era el de «asegurar a la población de estas áreas una existencia pacífica de acuerdo con su especificidad étnica» ( ‍Schmitt, C. (1995). Völkerrechtliche Großraumordnung mit Interventionsverbot für raumfrende ächte: Ein Beitrag zum Reichsbegriff im Völkerrecht. En C. Schmitt (ed.). Staat, Grosraum, Nomos (pp. 269-371). Berlin: Duncker und Humblot.Schmitt, 1995: 295). Aunque se puede dudar acerca de la sinceridad de las palabras, no cabe duda de que Schmitt no entendía el gran espacio como una comunidad homogénea.

¿En qué lugar queda este primer europeísmo schmittiano? Sale muy mal parado por dos motivos. En primer lugar, no hay problema en que Alemania rompa el equilibrio europeo, en que invada soberanías que el viejo orden europeo respetaba. Más allá de esta preferencia nacionalista, hay un segundo motivo que debilita su europeísmo. Europa ya ha dejado de ser medida de orden. A fines de los años treinta, Schmitt piensa que el orden europeo e internacional debe buscarse en fórmulas jurídicas ideadas en otro espacio: la doctrina Monroe es una doctrina americana de la división del mundo.

Estados Unidos y Rusia son tan temibles que solo su imitación permite la supervivencia de Europa, bien a través del mito de los años veinte, bien a través de los grandes espacios de los treinta. El europeísmo de este primer Schmitt es muy débil. La adopción de modelos políticos extraeuropeos, en forma de mito o de doctrina Monroe, es la única posibilidad que Europa tiene para sobrevivir como miembro relevante de la comunidad internacional.

Schmitt es un extraño apologeta de Europa. No explica por qué debe sobrevivir en el plano de la política internacional, sino tan solo explica cómo podrá hacerlo. Hasta el Nomos de la Tierra no sabremos el valor que Schmitt atribuye a Europa y por qué debe sobrevivir. Solo en El Nomos Schmitt explicará la grandeza del orden con que Europa organizó el mundo entre Westfalia (1648) y Sarajevo (1914). De esta manera, Schmitt realizará la apología del imperialismo europeo en el mismo momento en que este desaparece de la historia universal.

2. Europa: el imperio como orden global[Subir]

El Nomos de la Tierra rebosa europeísmo. Cuantitativa y cualitativamente, la reflexión y la admiración por la tarea política de Europa alcanza una intensidad desconocida hasta ese momento. Tras la Segunda Guerra Mundial, como Galli ha recordado, el pensamiento político de Schmitt se inclina a la nostalgia, lo cual afecta al modo como piensa Europa ( ‍Galli, C. (2010). Genealogia della politica: Carl Schmitt e la crisi del pensiero politico moderno. Bolonia: Il Mulino.Galli: 2010). Schmitt deja de proponer nuevas formas de reconocimiento político diferentes del Estado y se dedica a subrayar las ventajas y aciertos del viejo orden estatal. La añoranza por el Estado es acompañada de una admiración hacia Europa ausente en las décadas de los años veinte y treinta. En el mismo momento en que Schmitt deja de ser un crítico del Estado, se convierte en un apologeta, imprevisible y decidido, de Europa. Si hasta 1950 Europa había ocupado un puesto secundario y ambivalente en su pensamiento, más reactivo que sustancial, el europeísmo constituye el pilar fundamental del Nomos. Si, como Fernández Sebastián ha recordado, Balmes y Donoso son capaces de integrar el concepto de civilización en el conservadurismo reaccionario, Schmitt, con el Nomos de la Tierra, le da a Europa una posición privilegiada en uno de los idearios más atractivos del pensamiento conservador y reaccionario de los últimos sesenta años

Feres (

Feres, J. (2014). Civilización. En J. Fernández Sebastián (dir.). Diccionario político y social del mundo americano. Conceptos políticos fundamentales 1770-1870. Madrid: Universidad del País Vasco; Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.

2014: 211
): «La importancia de las contribuciones de Balmes y Donoso a una reelaboración sustancial del concepto de civilización reside en que permiten una reapropiación de las tradiciones ilustrada y liberal doctrinaria desde las filas del conservadurismo reaccionario».

‍[3]
.

En cualquier caso, la imagen de Europa que Schmitt construye es incómoda para el europeísmo tradicional. El de Schmitt no se sostiene sobre un discurso universalista. Como historiador idiosincrásico de la modernidad europea, Schmitt combinará realismo político y europeísmo. En la elaboración del Nomos, Europa se identificará con el imperialismo europeo, con el dominio que Europa ejerce sobre el planeta durante la Modernidad. Con acierto, Massimo Fichera ha descrito a Schmitt como uno de los primeros teóricos de la globalización ( ‍Fichera, M. (2015). Carl Schmitt and the new world order. A view from Europe. En M. Arvidsson, L. Brännström, L. y P. Minkkinen, P. (eds.). The Contemporary Relevance of Carl Schmitt: Law, Politics, Theology (pp. 165-178). London: Routledge. Disponible en: https://doi.org/10.4324/9781315742243-12Fichera, 2015: 168). Si para Schmitt el derecho internacional solo es posible como conciencia de la globalidad, su novedad puede ser relativizada dado que su objetivo es tradicional. Schmitt quiere dar una nueva visión y perspectiva a la convicción fundamental del imperialismo: el derecho de Europa a dominar y extenderse por toda la Tierra. El objetivo fundamental del Nomos consiste en explicar y aprobar la expansión de Europa por el mundo. Como ha escrito Galli, para Schmitt Europa «era […] el centro del mundo, no la tierra de los derechos» ( ‍Schmitt, C. (2011). Catolicismo romano y forma política. Madrid: Tecnos.2011: 27).

El imperialismo solo fue posible cuando la Tierra gozó de un orden global. Para este fue necesario que se conocieran con certeza los límites y las dimensiones de la Tierra. ¿En qué consiste este primer orden global de la Tierra? Para Schmitt, la oposición entre mar y tierra sirve para explicar la estructura de este primer ordenamiento global. El mar es absolutamente libre y no conoce de suyo ninguna ley. Si Inglaterra lo domina, se debe a una cuestión fáctica, a una capacidad técnica o a una identificación existencial, no a una legitimidad jurídica. A pesar de que los lectores de Schmitt están acostumbrados a la importancia de esta oposición, el mar es el telón de fondo que explica el europeísmo imperialista. Sin mar, sin conocimiento del globo, el imperialismo no habría sido posible, pero la libertad del mar no es el único factor determinante de la estructura jurídica del imperialismo.

Sobre la oposición mar y tierra, se construyen los diferentes estatus de la tierra los que explican la superioridad de Europa. En primer lugar, está la tierra europea, la cual se ha configurado en Estados. En segundo lugar, se encuentra la tierra no europea, especialmente la subsahariana y la americana, como tierras libres para los Estados europeos. Esta libertad no es, sin embargo, la misma que la del mar. Si el mar es en esencia libre y no dominable, la libertad que se atribuye a la tierra significa que libremente puede ser tomada y ocupada por uno de los países europeos. La tierra europea puede dominar a la libre tierra no europea. Una vez ocupada esta tierra por un europeo, esta tierra dejará de ser libre. Por lo tanto, el europeísmo de Schmitt se construye sobre esta fundamental asimetría entre tierra europea y no europea (pero para europeos).

En el Nomos, Schmitt responderá de modo explícito a una objeción planteada por Francisco de Vitoria en sus Relecciones sobre el diferente estatus entre europeo y no europeo. El pensador dominico considera que el descubrimiento no concede ninguna legitimidad a los españoles. Si el mero descubrimiento constituyese el título de legitimidad, en caso de que los indios hubieran llegado a costas europeas, entonces aquellos gozarían de un derecho para dominarlos: «Un título jurídico semejante […] no les sirve a los españoles en mayor grado que si, por el contrario, los indios nos hubiesen descubierto a nosotros» ( ‍Schmitt, C. (1979). El nomos de la tierra en el derecho de gentes del «Jus publicum europaeum». Madrid: Centro de Estudios Constitucionales.Schmitt, 1979: 105). Schmitt rechazará el argumento de Vitoria porque en el mismo hecho de que los europeos llegarán a América hay una normatividad y una justificación de la superioridad europea.

Para Schmitt, es fundamental que los indios no solo no viajaron hasta España, sino que, a diferencia de los españoles, jamás hubieran sido capaces de atravesar el océano en sentido oriental. Schmitt argumentará que la superioridad científica ha permitido los viajes de los europeos. Describirá la modernidad como una situación histórico-espiritual que hacía del descubrimiento un título jurídico. Por este motivo, los españoles, a diferencia de los vikingos que pudieron arribar antes a tierras americanas, gozan de derecho para gobernar América. A pesar de que podemos suponer que, para Schmitt, la superioridad histórico-espiritual de Europa puede justificarse por muchos motivos, es necesario recordar que en el Nomos solo recurrirá a la desproporción científica entre europeos y no europeos.

Hasta este momento la justificación del imperialismo europeo es poco original y, si se recuerda el antirracionalismo del joven Schmitt, puede parecer poco convincente. Sin embargo, existe un punto en que es capaz de dar una imagen original del imperialismo europeo. Schmitt no solo justifica la expansión de Europa por toda la Tierra a través de sus avances científicos. Europa tiene derecho a dominar el resto del planeta por haber sido capaz de un extraordinario resultado político. Este beneficio se diferencia del habitualmente reconocido: el imperialismo no ha hecho a Europa más cosmopolita ni más próspera —lo que Schmitt tampoco pone en duda—, sino sobre todo ha hecho que Europa haya alcanzado un modo de convivencia política superior. Este punto es fundamental para pasar de una concepción nacionalista de Europa a una consideración en que el gran espacio Europa es superior a sus componentes nacionales. El imperialismo ha elevado los niveles de la existencia política de todos los países que componen Europa.

¿En qué consiste este progreso? Por primera vez en la historia, Europa habría conseguido limitar la guerra de exterminio. De modo excepcional en su corpus, Schmitt recurrirá a una terminología del progreso para evaluar este resultado. La acotación de la guerra europea constituirá un «verdadero progreso», «una hazaña europea», una «gran hazaña», un «hecho siempre de nuevo sorprendente» y hasta un «milagro» y una «obra de arte de la razón humana» ( ‍Schmitt, C. (1979). El nomos de la tierra en el derecho de gentes del «Jus publicum europaeum». Madrid: Centro de Estudios Constitucionales.Schmitt, 1979: 157, 158, 160, 170 y 173). En las condiciones de comienzos del xvi, era absolutamente imprevisible que se pudiera evitar este tipo de guerra. Por un lado, la posibilidad existía al haberse establecido las dimensiones de la Tierra. Por otro, circunstancialmente, esta acotación era especialmente difícil de alcanzar en un momento político en que se había roto la unidad europea, tanto política (el imperio) como religiosa (el cristianismo). Dada la jurisdicción limitada del papa y del emperador, es tan admirable como imprevisible que una Europa con religiones diferentes y reyes que no reconocen a ningún superior fuese capaz de moderar y humanizar la violencia bélica.

¿Cómo se puede describir políticamente esta Europa sin guerras de exterminio? Sería incorrecto de calificarla de época pacífica. Sin guerras de exterminio, podían librarse muchas guerras en territorio europeo. Más aún, al ser la guerra una atribución natural de la soberanía estatal, pudieron existir en esta época un número mucho mayor de conflictos bélicos. Schmitt recuerda que la reducción de la violencia en la modernidad europea es más cualitativa que cuantitativa: más guerras, pero de menor capacidad destructiva. En Europa, se da una guerra acotada. Puede haber guerras, pero no son de exterminio. Europa ha sido capaz de formalizar y limitar la guerra. ¿En qué consiste esta limitación? Al reconocerse como justos enemigos, los Estados saben que, después de la guerra, no podrán ser aniquilados.

Sin embargo, esta paz europea se construye sobre una asimetría. La guerra acotada solo se practica en Europa, mientras que en el resto de la Tierra los europeos combatirán guerras de exterminio. Para que la limitación fuera posible en Europa, era necesario un espacio en que se pudiera descargar esta violencia ilimitada. Existe una relación necesaria entre espacio con guerra limitada y espacio con guerra ilimitada:

Como justificación práctica, podía aducirse que la delimitación de una zona bélica libre significaba una exoneración para el ámbito del derecho público europeo, como esfera de paz y de orden, que de este modo no era amenazado tan directamente por los acontecimientos más allá de la línea como en el caso de que tal delimitación no hubiera existido. El establecimiento de una zona bélica extraeuropea servía pues a la acotación de la guerra europea y este es su sentido y justificación para el derecho de gentes ( ‍Schmitt, C. (1979). El nomos de la tierra en el derecho de gentes del «Jus publicum europaeum». Madrid: Centro de Estudios Constitucionales.Schmitt, 1979: 91).

Sin el espacio extraeuropeo donde se da rienda suelta a la violencia total, no habrían sido posibles las guerras sin exterminio que distinguen a la experiencia europea.

De este modo, la paz y acotación europea no deben entenderse como el primer paso hacia una acotación y limitación universal de la violencia bélica. Se trata de una acotación completa, no del primer paso a un mundo sin violencia. La posibilidad de que los Estados europeos batallen de manera moderada en un determinado espacio depende de que puedan hacer la guerra de modo desenfrenado en otras partes del planeta. Más que un adentro y un afuera del orden internacional, Schmitt insistirá en que el orden se divida en lugares donde la guerra se da de modo acotado y lugares donde se batalla de manera ilimitada. De esta manera, la consecuencia de que se reconozcan como Estados a formas políticas no europeas no significará la limitación universal del ejercicio bélico. Por el contrario, la consecuencia de que se haya perdido la distinción entre Estado europeo y Estado no europeo será la causa de que la guerra de exterminio vuelva a Europa tras haberla alejado durante toda la modernidad. Sin la asimetría que beneficia a Europa, no se extenderá por todo el planeta la guerra acotada, sino que la guerra total volverá a Europa.

Aunque haya adoptado un tono nostálgico y laudatorio, Carl Schmitt no tendría problemas en reconocer que este orden internacional se construye sobre un fundamental egoísmo, el cual además tiene un éxito limitado: la superioridad de Europa no pacifica la Tierra, sino una parte de ella. Más allá de la retórica con que aprueba el orden mundial impuesto por Europa, su postura es más la de quien reivindica un orden concreto, pero perfectible, más que un orden perfecto absolutamente modélico. Se trata de un europeísmo a la vez egoísta y realista. La acotación de la violencia no aparece en Schmitt como un primer paso para construir un Estado que acabe con la violencia, sino como una obra irrepetible de la prudencia política que, cuando se pierde de vista, puede permitir el regreso de la violencia indiscriminada de las guerras de exterminio.

IV. DEL TIBIO ANTIEUROPEÍSMO AL INACEPTABLE GRAN ESPACIO EUROPEO[Subir]

Como Manuela Ceretta ha recordado, en pensadores antirrevolucionarios (De Maistre o Bonald) se podría descubrir la primera y paradójica defensa del europeísmo. Considerarán que Europa es «la primera víctima de la Revolución francesa» ( ‍Ceretta, M. (2018). European fears and the French Revolution: Was there a turning point? De Europa, 1, 41-50.Ceretta, 2018: 42). Posturas como las de Donoso y Balmes demuestran que en la tradición intelectual antirrevolucionaria los ideales europeos se vieron de modo habitual de modo más ambivalente que negativo ( ‍Martín de la Guardia, R. (2015). El europeísmo. Un reto permanente para España. Madrid: Cátedra.Martín de la Guardia, 2015). Schmitt recorre un camino similar: participará de esta ambivalencia para acabar en una apología, tardía y políticamente inaceptable.

Las primeras apariciones del concepto Europa en la obra de Schmitt lo hacen polémico en dos sentidos. En primer lugar, Schmitt lo ataca y lo defiende sin haber definido de modo estable por qué denigrarla y por qué admirarla. A veces, Europa se identificará con un liberalismo sin política, otras con el orden, la racionalidad y el antianarquismo. Estas consideraciones no se pueden considerar directamente aprobatorias porque, en el momento en que las formula, Schmitt está lejos de tener una imagen racional del orden político. La compleja situación del concepto de Europa en el corpus de Schmitt informa de una característica particular de su pensamiento: no hace falta que un concepto esté completamente perfilado para que adquiera centralidad en su propuesta teórica. En Europa se repite la mezcla de indefinición y relevancia que caracteriza a otros conceptos centrales de su pensamiento. Los conceptos de teología política o de lo político, a pesar de su importancia, no están perfilados de manera definitiva. Antes de que Schmitt asignara en el Nomos de la Tierra una definición estable de Europa, esta representaba ya un papel fundamental. Sin la crítica a Europa como liberalismo universalizante no se entendería cabalmente el mensaje de El concepto de lo político. Sin un concepto racionalista de Europa, las páginas finales de Catolicismo romano y forma política, en las que invita a la Iglesia católica a rechazar la revolución rusa e inclinarse por la Europa Occidental, carecerían de justificación. Si hubiera que resumir este ambivalente papel de Europa en la obra de Schmitt en una frase, esta sería la siguiente: Europa es una forma sin homogeneidad (no política), pero con enemigos. Europa es política a pesar de sí misma: aunque no quiera identificarse a través de la enemistad, Europa queda definida por ella, pues sí es objeto de enemistad.

Si hasta la década de los cuarenta Europa aparece a la vez como amiga y enemiga en el pensamiento de Schmitt, desde entonces y de modo consistente el viejo continente se convierte en la medida de orden del planeta. Europa es admirable por haber constituido el primer, y también el último, ordenamiento global. Se trata de una medida tan inverosímil como estéril. En el momento en que Schmitt recuerda que el planeta solo conoció un orden cuando adoptó como medida a Europa, esta ha perdido ya todo valor político. El Nomos es una medida, pero retrospectiva y nostálgica, más que prospectiva y futura. De modo excepcional, Schmitt se inspira en una terminología decididamente progresista para subrayar la importancia de estos logros. Es un extraño progresismo en cualquier caso. Se alaba un progreso que fue y que es imposible que se extienda hacia el futuro.

Después de haber examinado los meandros que recorren los pensamientos de Schmitt sobre Europa, es necesario hacerse la siguiente pregunta: ¿sirven estas consideraciones para entender la Europa contemporánea? Con la estructura de este orden, ¿podrán construirse las relaciones internacionales futuras? Me inclino a responder de modo negativo a estos dos interrogantes. De este modo, mi perspectiva está más cerca de Merhing que de Müller o McCormick. Europa aparece como el polo privilegiado de una enorme asimetría. A su protegido e hiperseguro territorio se le regala un planeta que está a su servicio. Hoy en día está postura es inaceptable para todos las superpotencias o los grandes superespacios, tanto europeos como no europeos. De jure, la comunidad de naciones no tiene herramientas para justificar esta asimetría, aunque la situación histórica incline a ello de facto. Además, en un momento en que Europa ha dejado de ser una superpotencia, privilegiar a otro superespacio sería directamente amenazante y problemático para la misma Europa. El principio básico de la teoría política schmittiana —aplicable en el plano nacional como en el internacional— de que todo orden se construye sobre una asimetría es simplemente inaceptable para el derecho internacional y para la situación geoestratégica de Europa. Al igual que en la época de Schmitt, la comprensión de la política internacional prefiere antes el desorden a un orden construido sobre la asimetría. La gran pregunta que hace el pensamiento schmittiano a la teoría de las relaciones internacionales es la siguiente: ¿plantearse un orden internacional sin asimetría es tan contradictorio como intentar pensar un círculo cuadrado?

Existe, sin embargo, un aspecto de la reflexión de Schmitt sobre Europa que puede ser útil para la construcción política de Europa. En su reflexión sobre Europa, Schmitt es capaz de encontrar un contenido concreto y sustancial para Europa. Esta Europa es nostálgica, es imperialista, pero también es real y concreta, algo más que un proyecto puramente universalista o un deseo utópico. Se trata de una Europa imperial que tiene por misión crear el planeta para luego imponerle su sistema: una economía libre con soberanías políticas impermeables para los diferentes Estados nación europeos. Sin este contenido concreto, sin esta identidad existencial, Europa se convierte en una palabra inane de retórica política. Sin un vínculo con un contenido concreto, el universalismo europeo acaba siendo derrotado por modos de entender la política más directos y concretos. Esta ausencia de concreción en el proyecto político europeo explica la actual situación de la Unión Europea, derrotada por visiones de la nación románticas y unilaterales. La pregunta que la teoría de Schmitt hace sobre Europa es tan compleja como la que hacía al orden internacional: ¿cuál puede ser ese contenido concreto que pueda dar identidad política a Europa?

NOTAS[Subir]

[1]

C. Schmitt podrá hablar del «justificado éxito de la doctrina Monroe anunciada en 1823 […] mientras evitó [sich bewahrt hat] la falsificación universal-imperialista y permaneció como un verdadero principio de gran espacio de derecho internacional que excluye [abwehrendes] las intervenciones de potencias extranjeras».

[2]

«Sien beginnt […] rein defensiv. Sie wendet sich im Jahre 1823 gegen das damalige Europa und das damaligen Völkerbund, d.h. gegen die Heilige Allianz und deren Interventionen in Südamerika».

[3]

Feres ( ‍Feres, J. (2014). Civilización. En J. Fernández Sebastián (dir.). Diccionario político y social del mundo americano. Conceptos políticos fundamentales 1770-1870. Madrid: Universidad del País Vasco; Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.2014: 211): «La importancia de las contribuciones de Balmes y Donoso a una reelaboración sustancial del concepto de civilización reside en que permiten una reapropiación de las tradiciones ilustrada y liberal doctrinaria desde las filas del conservadurismo reaccionario».

Bibliografía[Subir]

[1] 

Ceretta, M. (2018). European fears and the French Revolution: Was there a turning point? De Europa, 1, 41-‍50.

[2] 

Feres, J. (2014). Civilización. En J. Fernández Sebastián (dir.). Diccionario político y social del mundo americano. Conceptos políticos fundamentales 1770-‍1870. Madrid: Universidad del País Vasco; Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.

[3] 

Fichera, M. (2015). Carl Schmitt and the new world order. A view from Europe. En M. Arvidsson, L. Brännström, L. y P. Minkkinen, P. (eds.). The Contemporary Relevance of Carl Schmitt: Law, Politics, Theology (pp. 165-‍178). London: Routledge. Disponible en: https://doi.org/10.4324/9781315742243-12.

[4] 

Galli, C. (2010). Genealogia della politica: Carl Schmitt e la crisi del pensiero politico moderno. Bolonia: Il Mulino.

[5] 

Galli, C. (2011). Schmitt e Hobbes: una strana coppia? En C. Schmitt. Sul Leviatano (pp. 7-‍32). Bolonia: Il Mulino.

[6] 

Holmes, S. (1993). The Anatomy of Antiliberalism. Harvard: Harvard University Press.

[7] 

Knegt, D. (2017). Fascism, Liberalism and Europeanism in the Political Thought of Bertrand de Jouvenel and Alfred Fabre-Luce. Amsterdam: Amsterdam University Press. Disponible en: https://doi.org/10.1515/9789048533305.

[8] 

Martín de la Guardia, R. (2015). El europeísmo. Un reto permanente para España. Madrid: Cátedra.

[9] 

McCormick, J. (2003). Carl Schmitt’s Europe: Cultural, Imperial, and Spatial Proposals for European Integration, 1923-‍1955. En C. Joerges y N. Singh Ghaleigh (eds.). Darker Legacies of Law in Europe. The Shadow of National Socialism and Fascism over Europe and its Legal Traditions (pp. 133-‍141). Oxford-Portland: Hart Publishing.

[10] 

Mehring, R. (2009). Carl Schmitt: Aufstieg und Fall. München: C. H. Beck.

[11] 

Muller, J. W. (2000). Carl Schmitt and the Constitution of Europe. Cardozo Law Review, 21, 1777-‍1795.

[12] 

Saralegui, M. (2016). Carl Schmitt pensador español. Madrid: Trotta.

[13] 

Schmitt, C. (1952). Donoso Cortés, en Berlín. En Interpretación europea de Donoso Cortés (pp. 97-126). Madrid: Rialp.

[14] 

Schmitt, C. (1979). El nomos de la tierra en el derecho de gentes del «Jus publicum europaeum». Madrid: Centro de Estudios Constitucionales.

[15] 

Schmitt, C. (1995). Völkerrechtliche Großraumordnung mit Interventionsverbot für raumfrende ächte: Ein Beitrag zum Reichsbegriff im Völkerrecht. En C. Schmitt (ed.). Staat, Grosraum, Nomos (pp. 269-‍371). Berlin: Duncker und Humblot.

[16] 

Schmitt, C. (1996). Teorías antirracionalistas del empleo directo de la violencia. En Sobre el parlamentarismo (pp. 83-‍97). Madrid: Tecnos.

[17] 

Schmitt, C. (1998). El concepto de lo político. Madrid: Alianza.

[18] 

Schmitt, C. (2011). Catolicismo romano y forma política. Madrid: Tecnos.

[19] 

Schmitt, C. (2014). Völkerrechtliche Formen des modernen Imperialismus. En Positionen und Begriffe im Kampf mit Weimar-Genf-Versailles 1923-‍1939 (pp. 111-‍123). Berlin: Duncker und Humblot. Disponible en: https://doi.org/10.3790/978-3-428-54327-4.