RESUMEN

Desde los años noventa del siglo xx se ha venido produciendo una inédita proliferación de memoriales en todo el mundo; monumentos, santuarios, museos, espacios de todo tipo para el recuerdo –incluyendo lugares virtuales y archivos–, así como fechas conmemorativas. Se trata de un fenómeno global que puede considerarse ya característico del mundo actual. La mayoría de esos memoriales están referidos a acontecimientos traumáticos, singularmente genocidios, y son ofrecidos como vehículo para la superación del pasado y combate contra el olvido, e incluso como instrumento para abordar la cuestión de la justicia, estableciendo una narrativa de la verdad. Pero tienen también otros fines políticos más allá de los explícitos que se les otorgan, entre ellos el servir de estímulo del patriotismo y expresión de identidades nacionales, presentándose en ocasiones como soporte de «memoria nacional». Actúan así como instrumento de nacionalización. Este artículo, además de estudiar el citado fenómeno, analiza tales usos políticos a partir de un conjunto de casos significativos.

Palabras clave: memoria colectiva; memoriales; patriotismo; identidad nacional; discurso político;

ABSTRACT

Since the decade of 1990 there has been an unprecedented proliferation of memorials around the world: monuments, shrines, museums, different spaces for memory – including virtual places and archives –, and commemorative dates. It is a global phenomenon that can be considered as characteristic of our time. Most of these memorials are related to traumatic events, especially genocides, and they are offered as a means of overcoming the past and fighting against oblivion. Even, they are used to tackle the issue of justice, establishing a narrative of the truth about the past. Beyond their explicit purposes, memorials have a fundamental political aim, as they provide a stimulus of patriotism. They are also an expression of national identity, appearing occasionally as a sort of «national memory». Therefore, they are used as an informal mechanism of nation-building. This article studies the aforementioned phenomenon and such political uses of memorials through some significant examples.

Keywords: collective memory; memorials; patriotism; national identity; political discourse;

Cómo citar este artículo / Citation: Rubio Pobes, C. (2016). Los rostros de la memoria. El fenómeno memorialista en el mundo actual y sus usos políticos. Historia y Política, 35, 343-368. doi: http://dx.doi.org/10.18042/hp.35.14

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SUMARIO

  1. Resumen
  2. Abstract
  3. 1. Hacer frente al olvido. La proliferación de memoriales desde el final del corto siglo xx
  4. 2. Memoriales, patriotismo e identidad colectiva
  5. 3. Conclusión
  6. Notas
  7. Bibliografía

Eric Hobsbawm abrió las páginas de su influyente libro The Age of Extremes relatando una reveladora anécdota. En 1992, poco después de estallar la Guerra de Bosnia, el presidente francés François Mitterrand decidió visitar sin previo aviso la sitiada ciudad de Sarajevo eligiendo como fecha el 28 de junio, aniversario del asesinato en 1914, en esa misma ciudad, del archiduque Francisco Fernando de Austria, hecho que desencadenó la I Guerra Mundial. Mitterrand trataba de llamar la atención sobre la gravedad de la crisis de Bosnia y las consecuencias desestabilizadoras que podría traer consigo, pero el detalle y su carga simbólica, explicó Hobsbawm, pasaron desapercibidos: «la memoria histórica ya no estaba viva», concluyó, al menos entre las generaciones jóvenes. Se había producido, según su diagnóstico, un extraño fenómeno de «destrucción del pasado o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores». Para el gran historiador británico este había sido uno de los tres principales cambios registrados entre el comienzo y el final del corto siglo xx, junto a la desaparición del mundo eurocéntrico y el proceso de mundialización. «La desintegración de las antiguas pautas por las que se regían las relaciones sociales entre los seres humanos y, con ella, la ruptura de los vínculos entre las generaciones, es decir, entre pasado y presente», escribió, era la transformación «más perturbadora» de todas las que tuvieron lugar en esta centuria[2]. No fue Hobsbawm el único en llamar la atención sobre ese fenómeno. También lo hizo otro gran historiador, Tony Judt, en una obra escrita en 2007, Reappraisals: Reflections on the Forgotten Twentieth Century. En ella, Judt aseguró que se estaba viviendo una «época de olvido» y «desmemoria», y habló también de ruptura con el pasado, con el más reciente, el siglo xx. A pesar de que «lo conmemoramos por todas partes: museos, santuarios, inscripciones, «patrimonios de la humanidad», incluso parques temáticos históricos», añadió, «este tipo de conmemoración oficial, por bienintencionada que sea, no mejora nuestra apreciación y nuestra conciencia del pasado. Solo es un sucedáneo»[3]. Un prolífico sucedáneo, dada la extraordinaria multiplicación de memoriales que, como veremos en las páginas que siguen, se ha producido en todo el mundo desde los años noventa del pasado siglo, memoriales cuyas funciones van más allá de establecer el pretendido nexo con el pasado que dicen representar para combatir su olvido.

1. Hacer frente al olvido. La proliferación de memoriales desde el final del corto siglo xx [Subir]

El siglo xx está salpicado de infinidad de creaciones memoriales de todo tipo: placas, nombres de calles, estatuas, monumentos, cementerios memoriales... La inmensa mayoría están referidas a hechos traumáticos sucedidos en la propia centuria, comenzando por los monumentos levantados en los años veinte y treinta en recuerdo de la I Guerra Mundial para rendir homenaje a los caídos en el campo de batalla, que subrayaban la dimensión heroica de los soldados y su martirio[4]. Desde el de Thiepval (Francia), en recuerdo de la batalla del Somme, al Monumento a las víctimas de la Gran Guerra en Ypres (Bélgica), pasando por un conjunto de cementerios memoriales, como el de Redipuglia (Italia), y un sinfín de placas conmemorativas, la lista es larga. Tras ellos continuó la creación de lugares para el recuerdo con los dedicados a otras grandes tragedias colectivas que marcaron el siglo xx, guerras, persecuciones o genocidios. Pero ha sido a partir de los años noventa de esta centuria cuando se ha producido una verdadera marea memorialista, una rápida proliferación de conmemoraciones públicas y creación de monumentos y museos memoriales en todo el mundo con el fin de mantener vivo, o directamente reanimar, el recuerdo de algún determinado trauma del pasado. Es un fenómeno global y que puede considerarse ya característico del mundo actual. Entre esos memoriales ocupan un lugar destacado los dedicados a genocidios, un concepto que comenzó a ser pensado jurídicamente a partir de la I Guerra Mundial, que se oficializó en el vocabulario internacional en 1948 al tipificarlo la ONU como delito perseguible y punible[5], y que ha terminado por utilizarse para definir la pasada centuria: «el siglo de los genocidios», lo ha denominado B. Bruneteau[6]. Este tipo de memoriales, aunque comenzados a levantar antes de los años noventa, se han multiplicado extraordinariamente desde aquella década.

El ejemplo más revelador de esto es la proliferación, en Europa y en otras partes del mundo, de museos (físicos y virtuales) y memoriales de todo tipo dedicados al Holocausto judío, bien de nueva creación o bien resultado de la renovación de los ya existentes, por iniciativa pública, o por fundaciones privadas. El fenómeno es parte del proceso de asunción de la memoria del Holocausto por las diversas sociedades europeas que, con puntos de arranque y ritmos distintos, viene produciéndose desde finales de los años cincuenta del siglo xx, especialmente en Europa occidental[7]. La mayoría de dichos memoriales están en Alemania, que suma cerca de 30 lugares de memoria de este tipo creados desde el final de la II Guerra Mundial, entre los que se encuentra el impactante y polémico monumento levantado en Berlín en 2001[8]; en Polonia, donde por iniciativa estatal se han construido 16 memoriales de campos de concentración y víctimas, entre ellos el conocido museo estatal de Auschwitz-Birkenau y el memorial de Treblinka; y en Francia, que también ha establecido memoriales en los antiguos campos de concentración de Drancy, convertido en 2001 en memorial nacional, Gurs, Les Milles, Argèles sur Mer o Struthof-Natzweiler (Alsacia), entre otros. Francia, que ha vivido una verdadera fiebre memorialista en las últimas décadas, instituyó además un día oficial para el recuerdo en 1993, al declarar el gobierno de François Mitterrand el 16 de julio Journée nationale commémorative des persécutions racistes et antisémites, en memoria de la mayor redada de judíos realizada por la policía francesa en el París ocupado de 1942 (rafle du Vélodrome d’Hiver). En 2005, coincidiendo con el 60 aniversario de la liberación del campo de Auswichtz, fue inaugurado en París un museo del Holocausto, el Mémorial de la Shoah, concebido como un espacio para «la trasmisión de la memoria y la enseñanza de la Shoah», un museo «para aprender, comprender y sentir», a la vez centro de investigación, documentación y archivo[9]. Son asimismo numerosos los memoriales en Holanda, país que ya en 1953 abrió el primero, en Amersfoort –reconstruido en 1995 y ampliado sucesivamente–, y en 1960 convirtió la casa de Ana Frank en museo, y que ha creado memoriales en varios campos de concentración (Vught, Schoorl, Westerbork...). Desde los años noventa también se han creado museos y memoriales en otros países, como en Bélgica, donde en 1995 se inauguró el Museo Judío de la Deportación y la Resistencia; en el Reino Unido, donde ese mismo año se creó el Centro Nacional del Holocausto de Laxton; en Austria, que en 2000 inauguró un controvertido monumento de la Shoah en la Judenplatz de Viena y convirtió en memorial –en un proceso paulatino entre 1997 y 2000– el castillo de Hartheim, que fue un centro para la aplicación de la política de eutanasia nazi[10]; o en Hungría, donde en 2004 abrió sus puertas el Centro Memorial del Holocausto de Budapest, y tres años antes se instituyó un Día del Holocausto (el 16 de abril).

El listado de museos y memoriales es largo[11]. No solo en Europa. Estados Unidos, donde la memoria del Holocausto pasó a tener en los años noventa del siglo xx un peso importante en la vida cultural del país[12] y donde reside la más numerosa comunidad judía del mundo después de Israel, alberga ya más de 20 museos del Holocausto en distintos Estados, el primero de ellos creado en Michigan en 1984 y el último en Illinois en 2009, siendo el más importante el inaugurado en Washington en 1993, financiado con subvenciones públicas. Se han levantado además varios monumentos memoriales en Maryland, Oregón, Pensilvania, Tennessee, Nebraska, New Jersey, Massachusetts, etc. Canadá por su parte reinauguró en 2003 el Montreal Holocaust Memorial Centre creado en 1979, y en 2011 construyó un monumento conmemorativo en Ottawa. En Argentina se levantó el Museo del Holocausto de Buenos Aires en el año 2000. Se han creado museos similares en Brasil (Curitiba, 2011) y en México (en 1999, en la capital, remodelando un museo construido en 1970). También Australia tiene su museo, establecido en 1984 en Melbourne. Y en la Sudáfrica post Apartheid se han fundado tres centros de este tipo (en Ciudad el Cabo el primero, abierto en 1999, en Johannesburgo en 2008 y en Durban en 2009), museos que sirven de soporte a la incorporación en 2007 del estudio del Holocausto al currículo escolar de la educación secundaria[13].

No obstante, el más importante de estos museos y memoriales está en Jerusalén; Yad Vashem o Museo de la Historia del Holocausto. Ya en los años cincuenta, cuando fue incorporada la Shoah a la memoria oficial del país –si bien entonces con una reducida presencia en la vida pública– se había fundado un primer museo, concretamente en 1953[14]. Pero en 2005 fue construido otro nuevo sobre el anterior, todo un complejo memorial inaugurado con una impresionante ceremonia a la que asistieron más de 40 jefes de Estado y primeros ministros, además del entonces secretario general de la ONU Kofi Annan. Un lugar de memoria de más de 4.000 metros cuadrados, que alberga el más grande depósito documental del mundo sobre el Holocausto judío[15]. El complejo museístico, que además es un centro de estudios, ha sido concebido como un lugar para mantener viva (y sacralizada), generación tras generación, la memoria de la victimización sufrida[16], que ha sido incorporada como elemento identitario[17], y también para alertar de los peligros del antisemitismo y de la intolerancia. Un espacio para la memoria que es a la vez un espacio político utilizado para realizar ceremonias oficiales de conmemoración de la Shoah, y que es visitado por mandatarios extranjeros en sus viajes oficiales.

La culminación de este proceso de multiplicación en todo el mundo de tales museos y memoriales se produjo en 2005 cuando la ONU estableció (resolución 60/7 de la Asamblea General) un Día Internacional de la Memoria de las Víctimas del Holocausto, fijándolo el 27 de enero, fecha de la liberación del campo de Auschwitz[18]. Todos los monumentos, espacios y fechas memoriales sobre el Holocausto tienen un objetivo declarado común: recordar, para evitar que algo así pueda volver a producirse. Son de esta forma concebidos y presentados como instrumentos de construcción del futuro. Una función esta que distingue al memorial moderno del monumento público conmemorativo nacido en el siglo xix, que honra y ensalza al héroe individual o colectivo utilizándolo como vehículo de transmisión de valores morales y virtudes políticas (tipo monumental que también ha seguido utilizándose en el siglo xx). Dicha función proyectada en el futuro estuvo ya presente en los memoriales sobre los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki creados en Japón en los años cincuenta, tras el fin de la ocupación estadounidense: mantener vivo el recuerdo del horror de un ataque nuclear para tratar de garantizar un futuro en paz fue, y sigue siendo, el sentido del Memorial de la Paz de Hiroshima inaugurado en 1955, todo un parque conmemorativo que incluye un museo, una llama eterna, un cenotafio con la inscripción «Descansad en paz, pues el error no se repetirá», y una Sala de la Memoria realizada con 140.000 mil ladrillos, en recuerdo de cada una de las víctimas directas. En él, cada 6 de agosto se celebra una ceremonia conmemorativa para recordar la tragedia al mundo[19].

Los memoriales dedicados a otros genocidios del siglo xx persiguen el mismo objetivo declarado, contribuir a evitar que la tragedia colectiva pueda volver a repetirse luchando contra el olvido. Y también, cuando se produce, contra su negación. Es el caso de los dedicados al genocidio armenio de 1915, considerado en la historiografía occidental el primero del siglo xx –aunque el gobierno turco rechaza el uso del concepto– y responsable de más de un millón de víctimas. Ya en 1967, durante la época soviética, fue inaugurado en Ereván, la capital de Armenia, un primer monumento en su recuerdo, en respuesta a las manifestaciones masivas de duelo que se produjeron durante el cincuenta aniversario de la tragedia. También entonces se levantaron otros en distintas partes del mundo (Irán, Líbano, India, Estados Unidos). Pero el monumento de Ereván fue ampliado en 1995, tras la independencia del país, añadiéndose un museo y centro de documentación para formar un parque memorial (Tsitsernakaberd)[20]. En él, cada 24 de abril, día de la conmemoración del genocidio, un acto oficial seguido por miles de personas honra a las víctimas depositando flores ante una llama eterna. El simbolismo del monumento principal está lleno de contenido político: la estela central que se eleva hacia el cielo simboliza el renacimiento del pueblo armenio y las doce losas de basalto que rodean la llama eterna evocan las doce provincias armenias históricas (once tiene la actual Armenia independiente, de manera que incluye una referencia al antiguo territorio armenio de Turquía). El monumento tiene así una fundamental dimensión política e identitaria. La diáspora armenia también mantiene vivo el recuerdo de la masacre celebrando actos conmemorativos cada 24 de abril en distintas partes del mundo: Argentina, en la que viven miles de armenios, ha llegado a aprobar una ley en 2007 que ha declarado el 24 de abril Día de Acción por la Tolerancia y el Respeto entre los Pueblos, en recuerdo de la tragedia. La comunidad armenia de Venezuela ha construido una réplica del monumento de Ereván en Caracas, y las de Uruguay y Buenos Aires han puesto en marcha, en 2014 y con ayuda pública, sendos proyectos de construcción de un Museo del Genocidio Armenio, con la mirada puesta en la conmemoración del centenario[21]. Se han levantado memoriales en su recuerdo en Montreal en 1998; en París en 2003; en Lyon y Marsella en 2006; en Chipre en 2008; en España (Mislata, Valencia) en 2010; en Boston en 2012, etc. La expansiva memorialización del genocidio armenio pone entre otras cosas de manifiesto, al igual que en el caso de la comunidad judía, que el trauma colectivo y la victimización sufrida han sido incorporados como elementos de identidad nacional. Los propios memoriales contribuyen a socializarlos. Volveré más adelante sobre esta cuestión.

Luchando contra el olvido, los memoriales tratan también de ayudar a una sociedad a asumir y superar un trauma del pasado. Todas las memorializaciones de hechos conceptuados como genocidios, desde el armenio al ruandés, afirman perseguir ese difícil objetivo, si bien en numerosas ocasiones no son el reflejo del proceso de asunción del pasado que dan a entender. Es el caso del genocidio camboyano, que comenzó a ser memorializado desde el mismo momento en que los jemeres rojos de Pol Pot fueron desalojados del poder por la ocupación vietnamita. La pretensión de los jemeres dedevolver Camboya al año cero y edificar una Kampuchea maoísta y no corrompida por Occidente, se tradujo en más de un millón setecientas mil víctimas entre 1975 y 1979. Cuando los vietnamitas ocuparon el país en este último año, decidieron conservar intactas las principales prisiones de los jemeres rojos, con los restos óseos de sus víctimas incluidos, como prueba de sus crímenes. Y a mediados de los años 80 fue instituido un Día Nacional del Odio para mantener viva la memoria de la traumática experiencia vivida[22]. El proceso de memorialización iniciado en aquella etapa, se completó después de la retirada vietnamita del país con la creación del Museo del Genocidio en Phnom Penh (Tuol Sleng), situado en una de las escuelas que sirvieron de centro de detención, tortura y asesinato masivos (el centro S-21), y de un parque memorial en un antiguo campo de exterminio (Choeung Ek). Sin embargo, la sociedad camboyana estaba lejos de superar tan traumática etapa de su historia, como puso en evidencia la muerte en 2006 de Ta Mok, uno de los máximos dirigentes jemeres, que fue llorada por cientos de personas en un multitudinario funeral budista[23]. Para contribuir a superarlo, se abrió un difícil y controvertido proceso judicial promovido por la ONU, con participación de jueces camboyanos, que sentó desde 2007 en el banquillo a algunos de los principales responsables del genocidio (Pol Pot murió antes, en 1998, en uno de los bastiones jemeres todavía bajo su control). También algunas voces camboyanas se han alzado recientemente contra el olvido. Tal ha sido el objetivo de la aclamada película L’image manquante (2014), del cineasta y escritor camboyano Rithy Panh, que fue víctima de los jemeres rojos y que ha mezclado imágenes de archivo, recuerdos personales y animación con figuras de arcilla para ofrecer una singular aportación a la memoria colectiva de esta terrible etapa de la historia de Camboya[24].

El caso camboyano, es decir, la temprana memorialización de un trauma colectivo que aún no es pasado y que sigue dividiendo a la sociedad, se repite en otras partes del mundo. Ruanda por ejemplo. Aunque el genocidio ruandés de 1994 también tenga su memorial, el Kigali Genocide Memorial Center, abierto en 2004, y un día oficial de conmemoración, el 7 de abril, declarado por la ONU Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio en Ruanda, el país aún no ha tenido tiempo de cerrar sus heridas. Tampoco de terminar los procesos judiciales que han sentado en el banquillo a miles de personas, responsables y perpetradores de las matanzas[25].

La construcción de memoriales sobre traumas del pasado entendidos como instrumentos para sanar la sociedad y abordar la cuestión de la justicia, con el fin último de reconstruir la convivencia, ha tenido un desarrollo destacado en Latinoamérica. En 2003 fue creado en Argentina, por iniciativa estatal, el Archivo Nacional de la Memoria para «promover, respetar y garantizar los derechos humanos, incluidos los derechos a la verdad, la justicia y la reparación» de los crímenes cometidos durante los años de gobierno de las Juntas Militares (1976-1983), y «rehabilitar a las víctimas» del autodenominado «Proceso de Reorganización Nacional»[26]. Se decidió ubicar el citado archivo en la siniestra Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) de Buenos Aires, que fue un centro de detención, tortura y asesinato de miles de opositores y simples sospechosos de «subversión», convirtiéndolo así en un lugar de memoria. Además, desde 2003 se fueron marcando los que habían sido centros clandestinos de detención y transformando algunos en espacios para el recuerdo, y en 2007 se formó con todos ellos una Red Federal de Sitios de la Memoria[27]. El Archivo Nacional de la Memoria de Argentina quedó encargado de custodiar, entre otros fondos, el archivo de la Comisión Nacional de Desaparecidos (Conadep) creada en 1983. Esta comisión de la verdad, y las surgidas en otros países latinoamericanos (Chile, Perú, Guatemala, Paraguay, Brasil, Salvador) para investigar los crímenes de un conflicto armado o de dictaduras del pasado, representan una innovadora forma memorialista[28]. Su objetivo ha sido servir de ayuda a la Justicia –con resultados desiguales y muy limitados–, pero en el desarrollo de su labor han consolidado los testimonios de las víctimas, creando un registro y generando un informe (el más famoso de ellos el argentino Nunca Más, publicado en 1984) en el que se establece una narrativa de la verdad, que constituye una forma oficial de memoria colectiva (o extraoficial en algún caso: el gobierno salvadoreño no aceptó las conclusiones de la Comisión de la Verdad creada en 1993). No es el único caso de consideración de los documentos archivísticos como una forma específica de memoria colectiva, lieu de mémoire incluso: la propia UNESCO ha titulado Memoria del Mundo el programa que creó en 2002 para preservar el patrimonio documental mundial y garantizar su accesibilidad, incluyendo en la definición de ese patrimonio el fruto de un proceso de documentación deliberado, y señalando que los dos componentes de un documento, soporte y contenido, son «igualmente importantes como parte de la memoria»[29].

Las comisiones de la verdad creadas en Argentina y Chile han servido de referencia para la Comisión de la Verdad y Reconciliación sudafricana (Truth and Reconciliation Commission), constituida por decisión parlamentaria en 1995. Su objetivo fue crear un registro de la violencia sufrida en el país entre 1960 y 1994, reparar a las víctimas, e identificar y rehabilitar a los culpables. Pero también, aunque no estaba explicitado en el mandato del Parlamento, incorporó a sus objetivos la elaboración de una memoria colectiva sobre el pasado, de un relato compartido, entendiéndola como recurso necesario para edificar una nueva e inclusiva identidad nacional sudafricana. Su labor, que completó en su mayor parte para 1998, dio a conocer los sufrimientos de las víctimas y los delitos de los culpables, a los que solo la confesión pública de sus crímenes permitió obtener una amnistía a cambio de cargar con el estigma público de la culpabilidad. Una justicia reparadora, transicional[30], internacionalmente aclamada, cuyo fin primordial fue tratar de posibilitar la convivencia, pero que generó controversia en el país: se denunció que el énfasis puesto por la Comisión en la memoria trataba de calmar la inquietud y críticas sobre el olvido que podía conllevar la amnistía[31]. La memoria colectiva creada por el trabajo de esta comisión, denominada en ocasiones «memoria nacional», ha sido la más importante forma de memorialización del Apartheid, aunque también se ha establecido una jornada nacional, el 16 de junio (Youth Day), dedicada a las víctimas de la sangrienta represión de la manifestación estudiantil de Soweto, que tuvo lugar tal día de 1976. No faltan tampoco museos, como el dedicado a la más conocida de las mencionadas víctimas, el Hector Pieterson Memorial Museum, abierto en 2002 en Soweto, o el turístico Apartheid Museum de Johanesburgo creado por un consorcio privado e inaugurado en 2001.

Podríamos continuar el listado hasta componer toda una topografía mundial de la memoria colectiva sobre las grandes tragedias del siglo xx que tratan de ser no olvidadas, asumidas y superadas en el siglo xxi. No encontraremos en ella a España, que todavía tiene una asignatura pendiente en este ámbito en lo que se refiere a la memoria de las víctimas de la Guerra Civil y la represión franquista, y en la que la sociedad civil ha estado ocupando el lugar que debiera corresponder al Estado[32]. En el año 2000 se constituyó, por iniciativa civil, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), que dos años después solicitó al Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos que exigiera al gobierno español la aplicación de la legislación internacional sobre desapariciones forzadas, y que desde su creación ha trabajado en la exhumación de fosas e identificación de víctimas[33]. El Estado español sólo ha asumido un papel limitado tardíamente. La denominada Ley de la Memoria Histórica aprobada el 26 de diciembre de 2007, que afirmaba en su preámbulo sentar «las bases para que los poderes públicos lleven a cabo políticas públicas dirigidas al conocimiento de nuestra historia y al fomento de nuestra memoria democrática», dispuso la rehabilitación de las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo, el pago de indemnizaciones, la subvención pública de la excavación de fosas comunes, y la retirada, por las administraciones públicas, de escudos, placas y otros elementos conmemorativos de exaltación de la sublevación militar, la Guerra Civil y la represión de la dictadura, así como la creación de un Centro Documental de la Memoria Histórica con sede en Salamanca en el que se integraría el Archivo General de la Guerra Civil. Fue una ley controvertida, entre otras cosas porque afirmó que la memoria de las víctimas es personal y familiar[34]. Bajo el gobierno de Mariano Rajoy la ley ha sido desactivada dejándola sin dotación presupuestaria para su aplicación, tanto en los Presupuestos Generales del Estado de 2013 como en 2014, y sigue sin desarrollarse su disposición adicional sexta que habla de convertir el Valle de los Caídos en un lugar que honre la memoria de las víctimas del franquismo, a pesar de que se constituyó en 2011 una comisión de expertos que elaboró un informe con recomendaciones para su resignificación[35]. El gobierno español se limita a mantener abierta una página web para dar a conocer los pasos que se dan en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica[36]. La excavación de fosas, que permanece en manos de asociaciones civiles y alguna comunidad autónoma, continúa siendo un tema controvertido[37]. El País Vasco tiene por su parte otro difícil capítulo pendiente en lo que se refiere a la memoria del trauma del terrorismo sufrido durante los largos años de actividad de ETA[38]. Sobre él se ha abierto ya una temprana batalla por la memoria, en la se expresan las tensiones y fracturas políticas y sociales existentes, y que pone en evidencia que el camino a recorrer será largo[39].

Mirar de frente al pasado, para poder liberarse de él –función catártica que lleva implícita todo memorial–, resulta infinitamente más sencillo cuando el tiempo ha transcurrido. Así lo pone de manifiesto el singular y sobrecogedor Mémorial de l’abolition de l’esclavage construido en Nantes en 2012, a raíz de un acuerdo municipal tomado en 1998 coincidiendo con el 150 aniversario de la abolición de la esclavitud, y cuyo objetivo declarado ha sido liberar a la ciudad de su pasado[40]. Nantes fue el primer puerto negrero francés durante el siglo xviii, y del tráfico esclavista extrajo buena parte de su riqueza. «Durante mucho tiempo Nantes apartó la mirada de este pasado, hasta los años 90 cuando decidimos enfrentarlo cara a cara. Procedimos entonces a exhumarlo, explorarlo, analizarlo, comprenderlo y asumirlo. Para poder así liberarnos de nuestra memoria», ha explicado el ayuntamiento de la ciudad[41]. Un memorial que ha querido ser expresión de la toma de conciencia colectiva sobre un pasado difícil de asumir hoy día, en que la esclavitud es considerada un crimen contra la humanidad. No ha sido concebido como acto de contrición sino como instrumento de recuperación de la memoria del pasado para, según se ha afirmado, «cerrar un ciclo y abrir uno nuevo: el del presente y el del futuro», y ser punto de referencia en «la construcción de una conciencia colectiva que rechaza cualquier forma de servidumbre y que afirma la riqueza y la diversidad humanas». Este «testimonio de una memoria asumida», como afirma ser, se convierte así en expresión de la imagen que busca proyectar la ciudad en el presente. El recuerdo del pasado tiene aquí otra función instrumental añadida.

Las funciones que desempeñan los memoriales van más allá sin embargo del papel explícito que se les otorga. Estos pretendidos instrumentos de recuperación de la historia y de lucha contra el olvido, que no son sino representaciones del pasado, tienen otros fines políticos no explícitos, como actuar de instrumento de legitimación del poder, alimentar o enardecer el patriotismo, o socializar identidades colectivas. Hemos hecho ya algún apunte al respecto, como el referido a Sudáfrica; vamos a ocuparnos seguidamente de otros ejemplos en los que estos fines son singularmente relevantes.

2. Memoriales, patriotismo e identidad colectiva [Subir]

La memoria colectiva, sobre la que comenzó a teorizar el sociólogo Maurice Halbwachs en 1925[42], se utiliza para reforzar un relato político que trata de convertirse en hegemónico o dominante, y también para construir un contrarrelato en pugna con el anterior. Existen memorias distintas, y contrapuestas, sobre un mismo hecho histórico. Tantas como grupos e instituciones hay en una sociedad –señaló Halbwachs–, pero también tantas como sociedades o colectivos distintos estén relacionados con el mismo hecho, pues cada uno de ellos realiza una lectura propia desde sus respectivos contextos culturales e intereses específicos. Cuando esos relatos y lecturas de que hablamos son identitarios, la memoria colectiva se convierte especialmente en un campo de batalla.

Esto ocurre por ejemplo con la de Guerra de Corea (1950-53), la primera de las grandes contiendas armadas de la Guerra Fría, cuya memoria oficial es distinta en Estados Unidos y en Corea, si bien ambas están dirigidas a alentar sus respectivos patriotismos. Para Estados Unidos, aquella sangrienta guerra de tres años fue en su momento un conflicto desconcertante, que Harry Truman trató de minimizar ante la opinión pública de su país evitando denominarlo guerra; no fue una contienda nacional que uniera, como ocurrió en la II Guerra Mundial, a la ciudadanía estadounidense, y tampoco un primer Vietnam –como se ha dicho en ocasiones– que la dividiera[43]. Fue una guerra que se olvidó rápidamente –the forgotten war se la ha denominado–, pero cuya memoria fue reanimada desde el gobierno federal en las décadas finales del siglo xx con fines políticos. Para ello construyó en 1995 el memorial a los veteranos de la Guerra de Corea, en Washington D.C., un monumento nacional cuya edificación había sido aprobada en 1986, siendo presidente de Estados Unidos Ronald Reagan, y que fue inaugurado por Bill Clinton y el presidente de Corea del Sur en 1995, en el 42 aniversario de la firma del armisticio de Panmunjon que puso fin a la guerra[44]. El memorial está formado por un conjunto de estatuas, un muro y un estanque circular, y su fin es honrar, testimoniar y mantener vivo en la memoria colectiva el sacrificio, leído como entrega patriótica, de los soldados estadounidenses en aquella contienda: unos 33.000 muertos, algo menos de los 50.000 que mencionó el juez que condenó en 1951 al patíbulo al matrimonio de científicos Rosenberg durante la caza de brujas acusándoles en la sentencia de filtrar secretos atómicos a los soviéticos y ser así responsables de las muertes de dichos soldados[45] (los Rosenberg tienen, respondiendo a otra lógica memorialista­, un monumento conmemorativo en La Habana). A los pies del memorial hay una losa que dice: «Nuestra nación honra a sus hijos e hijas que respondieron a la llamada a defender un país que nunca conocieron y a un pueblo con el que nunca se encontraron» y en el murete que limita el Estanque del Recuerdo está grabado: «La libertad no es gratuita». La memoria de la guerra que aquí se expresa hace de ella una contienda por la libertad. El memorial cumple en esa dirección un fin aleccionador, da un sentido al sacrificio de los soldados, explica por qué lucharon en aquella guerra, y por extensión en cualquier otra, y promete honra patriótica a quienes los emulen. No en vano el monumento fue ideado en tiempos de Ronald Reagan, el presidente que había relanzado la Guerra Fría, multiplicando las guerras de baja intensidad y disparado la carrera de armamentos para demostrar la superioridad estadounidense frente al rival soviético. El memorial es así un instrumento de propaganda de esa imagen del país como adalid de la libertad que Estados Unidos difunde dentro y fuera de sus fronteras. La misma imagen que proyecta el National World War II Memorial de Washington D.C., decidido construir en 1995 durante la presidencia de Bill Clinton e inaugurado en 2004 por George W. Bush[46].

La Guerra de Corea también se rememora en las dos Coreas. En la del Sur, cuyo Gobierno inauguró en 1994 en Seúl un museo, el War Memorial Building, dedicado sobre todo a esta contienda, pero muy especialmente en Corea del Norte, donde su memorialización, singularmente la realizada en 2013 con ocasión del 60 aniversario de la firma del armisticio de Panmujon, tiene mayor interés comparativo. En Pyongyang, donde ya existía un memorial y museo de la Guerra de Corea, fue levantado en 2013 un cementerio memorial en homenaje a sus caídos[47] y, el 27 de julio, fecha de la firma de dicho armisticio, el gobierno organizó un acto de conmemoración pública que explicitó claramente el uso político de su memoria, y la lectura oficial de la que allí denominan «Gran Guerra Patriótica de Liberación». El acto central fue un espectacular desfile militar en Pyongyang, el mayor en la historia del país, presidido por el joven presidente norcoreano King Jon-un (acompañado por el vicepresidente de China), en el que miles de soldados desfilaron con una perfecta coordinación y precisión milimétrica y se exhibieron misiles de distinto alcance. Toda una demostración de poderío militar, con la prensa extranjera invitada como testigo, en un momento de agudización de las tensiones con Corea del Sur. El despliegue servía, hacia el exterior, para exhibir ese poderío, y también, hacia el interior, para reafirmar a Estados Unidos como la principal amenaza sobre el país, y mantener a la población en el temor permanente a un posible ataque estadounidense, lo que actúa de poderoso resorte de control social. La conmemoración también se utilizó para el enaltecimiento del liderazgo de la familia King, pues las miles de personas que ocupaban la plaza Kim Il-sung formaron un mosaico humano con los nombres de los líderes de la dinastía de gobernantes. Pero aún hay otro simbolismo bien significativo. Las calles circundantes al lugar del desfile fueron adornadas con carteles con la palabra «Victoria»[48]: la memoria de la guerra que ha construido Corea del Norte hace de ella el país vencedor, si bien la contienda acabó en un armisticio, que permitió a Estados Unidos escapar del conflicto, pero que mantuvo a las dos Coreas separadas. Memorias múltiples sobre un mismo acontecimiento histórico, ambas con fines políticos y propagandísticos, ambas dirigidas a alimentar patriotismos.

Cuando hay memorias enfrentadas en el seno de una misma sociedad o de un país, pugnan entre ellas por convertirse en dominante, afirmándose cada una como verdadera, aunque ofrezcan lecturas contrapuestas sobre un mismo acontecimiento, o un mismo personaje histórico, que para unos es héroe y para otros villano. Este es el caso de las referentes a Gavrilo Princip, el serbobosnio que asesinó al archiduque Francisco Fernando de Austria y a su esposa en Sarajevo aquel 28 de junio de 1914. En el centenario del magnicidio, han tenido lugar en Bosnia dos conmemoraciones radicalmente distintas, que explicitan las diferentes memorias colectivas existentes sobre su figura y la pugna abierta entre ellas. Las autoridades bosnias musulmanas y croatas de la entidad autónoma occidental organizaron un concierto en Sarajevo de la Orquesta Filarmónica de Viena para recordar la figura del archiduque, acto al que invitaron al presidente de Austria y en el que lanzaron un mensaje de unidad y de un futuro en paz. Pero las autoridades serbobosnias de la República Srpska se negaron a asistir a él. El mismo día, celebraron en Visegrado otro concierto, este en homenaje a Princip, así como una recreación dramatizada del atentado y del juicio que le condenó, recordándolo como héroe nacional, patriota que había liberado a los Balcanes del yugo imperial. También inauguraron un mosaico en su homenaje y en el de los miembros de la Joven Bosnia, la organización independentista que había preparado el atentado. Además, la víspera del centenario, fue inaugurada en el barrio serbio de Sarajevo una estatua de Princip, con la presencia del representante serbio de la terna presidencial bosnia, quien afirmó que «el disparo de Princip fue un disparo por la libertad». La construcción de su memoria en esta clave de libertador se había producido ya durante el régimen de Tito, quien le homenajeó reconstruyendo en 1944 su casa natal (destruida en la I Guerra Mundial, reconstruida después, y vuelta a destruir por los ustachi croatas) para albergar un museo, y dedicándole un puente y una calle­ en Sarajevo. Pero bosnios musulmanes y croatas han rechazado esta memoria y tratado de borrarla (la casa museo fue destruida de nuevo durante la Guerra de Bosnia de 1992-1995). Para ellos, Gavrilo Princip fue un nacionalista y terrorista serbio, cuyo atentado desencadenó una guerra mundial que provocó diez millones de muertos, un criminal que actuó movido por los mismos principios que llevaron en los años noventa del siglo xx la guerra y la limpieza étnica a los Balcanes (el ejército serbio rendía culto a su persona). Para los serbobosnios sin embargo fue un héroe libertador, un revolucionario que asesinó a un tirano, manifestándose así contra la ocupación austro-húngara. Esta última memoria se subdivide a su vez entre quienes lo reivindican como nacionalista serbio y quienes, nostálgicos de la extinta Yugoslavia, lo consideran un defensor de la diversidad étnica del territorio[49]. Diversas memorias que pugnan entre ellas, que expresan distintas identidades colectivas, así como la división social existente, y que contribuyen, en la medida en que reactivan su recuerdo, a ahondarla. La memoria colectiva se convierte así en un espacio de lucha política y de conflicto identitario.

Otro caso interesante del uso de la memoria colectiva como instrumento de construcción identitaria y vehículo patriótico nos lleva a Ucrania[50]. Aquí, el recuerdo del Holomodor, la terrible hambruna ucraniana de 1932-1933 que causó millones de muertos, y cuya existencia misma fue negada en época soviética, ha sido recientemente recuperado en el marco de una política memorial que trata de afirmar una identidad nacional ucraniana frente a Rusia y lo ruso, entendido como alteridad. En noviembre de 2006 el parlamento de Kiev, pagando –según declaró– «la deuda de la memoria» con la generación de ucranios que vivió la hambruna, aprobó una ley –con el voto en contra del partido comunista– que calificó al Holomodor de genocidio provocado por la colectivización forzosa impuesta por Stalin, y decidió erigir un monumento en recuerdo de las víctimas y fundar un Instituto de la Memoria Nacional[51]. Aunque en los debates para la aprobación de la ley se decidió finalmente hablar de «genocidio del pueblo ucraniano» en vez de «genocidio de la nación ucraniana», como había propuesto el entonces presidente Víktor Yúshchenko, el nacionalismo ucraniano presentó la tragedia como una limpieza étnica directamente dirigida contra las aspiraciones nacionalistas ucranianas: el discurso empleado ponía de manifiesto la dimensión identitaria de la recuperación de su memoria. El parque memorial fue inaugurado en 2008, con su monumento y museo, que recibió la categorización de museo nacional[52]. Además se acuñó una moneda conmemorativa en 2007 y se estableció un día oficial para el recuerdo (el cuarto sábado del mes de noviembre). El discurso oficial ruso rechaza esta memoria y niega la aplicación al hecho del concepto de genocidio.

La crisis de Ucrania abierta en febrero de 2014 con la destitución del pro ruso presidente ucraniano Víktor Yanukóvich, es también muy reveladora sobre la relación entre memoria e identidades en conflicto, y útil para el estudio de los usos políticos de la memoria colectiva. Para justificar la secesión de Crimea, territorio rusófono poblado por una mayoría rusa, y su incorporación a Rusia tras un controvertido referéndum[53], Vladímir Putin, además de recordar el caso de Kosovo, ha apelado a una memoria colectiva sobre la historia del territorio que selecciona hechos del pasado al servicio de sus intereses y planes geoestratégicos, los cuales no admiten el cuestionamiento del liderazgo ruso en la región ni su identidad rusa[54]. Cuando en marzo de 2014 fue reunido el parlamento ruso para materializar la incorporación de Crimea, Putin pronunció en el Kremlin un discurso legitimador afirmando que Crimea «es tierra de la santa Rusia», que fue allí donde el príncipe Vladimiro fue bautizado y comenzó la cristianización de Rusia[55]. Vladimiro I (canonizado en el siglo xiii como san Vladimiro), príncipe de Kiev entre el año 980 y el 1015, introdujo en el 988 el cristianismo en este principado altomedieval que Rusia considera el Estado ruso antiguo[56]. En memoria de esta conversión, el gobierno de Putin incorporó en 2010 al calendario oficial de festividades una nueva fecha, el 28 de julio, titulándola Día del Bautismo de Rusia[57]. Pero la memoria de Vladimiro I y la del Principado de Kiev es reivindicada tanto por Rusia como por Ucrania: el emblema-símbolo de un tridente que data de los tiempos de este príncipe fue el motivo central del escudo que Ucrania independiente adoptó en 1996[58].

La memoria colectiva a la que apela Vladímir Putin tiene otros hitos históricos de referencia. En el mes de mayo de 2014, Putin viajó a Crimea, concretamente a Sebastopol, conocida desde la Guerra de Crimea como «la ciudad de la gloria rusa», escenario del motín del acorazado Potemkin en 1905, titulada «ciudad heroica» en reconocimiento al duro cerco que sufrió en la II Guerra Mundial, y también ciudad en la que se ubica una base naval rusa desde finales del siglo xviii­ –alquilada a Ucrania en 1997 por veinte años, prorrogados en 2010–. En Sebastopol, Putin presidió una exhibición militar sin precedentes conmemorativa del 69 aniversario del final de la II Guerra Mundial, y del 70 aniversario de la liberación de la ciudad del asedio nazi por las tropas soviéticas, y pronunció un significativo discurso en el que afirmó: «Estoy seguro de que el 2014 pasará a la historia de Sebastopol y a la historia de nuestro país como el año en que los pueblos que viven aquí determinaron con firmeza estar con Rusia y de esta manera confirmaron su fidelidad a la verdad histórica y a la memoria de nuestros antepasados»[59]. Apelación a la verdad y a la memoria, y asociación de ambas. «Empleando la terminología zarista [–añadió Putin–], quiero decir que esto no es Ucrania, sino Novorosia. Se trata de Járkov, Donetsk, Lugansk, Hersón, Nikolaiév, Odessa, que en la época zarista no estaban en Ucrania, sino que le fueron entregados más tarde, sabe Dios por qué»[60] (hacía referencia aquí a la transferencia del territorio a la jurisdicción de Ucrania en 1954 por Nikita Jruschov, anulada en 1992 por Boris Yeltsin y cuya legitimidad rechaza Putin). Novorosia o Rusia Nueva fue una provincia zarista formada en la segunda mitad del siglo xviii, cuando Catalina II –a quien también aludía Putin en este discurso– arrebató al Imperio Otomano el territorio al norte del Mar Negro, entre el que estaba el Kanato tártaro de Crimea, incorporado a Rusia en 1783[61]. Ésta es la historia que Putin quiere recuperar, la verdad útil que se rememora, la que en nombre de un renacimiento de la civilización rusa y la cultura nacional, en nombre de la protección de los ciudadanos rusos frente al gobierno de Kiev, se utiliza para defender otros intereses (los gasoductos, las bases militares y los ámbitos de influencia) y redefinir fronteras. La apelación de Putin a Novorosia, y el recurso a los mapas en los medios de comunicación representándola visualmente, activa una determinada memoria colectiva, reanimadora de la identidad rusa, con nítidos fines políticos[62]. Una memoria que olvida esa otra parte de la historia que explica que Crimea ha sido tierra de paso y asentamiento de muchos pueblos a lo largo de los siglos, y que cambió definitivamente su composición étnica en 1944 convirtiendo a los rusos en mayoría con una deportación masiva de tártaros[63]. Y olvida también, igual que hace el gobierno ucraniano, que las etiquetas étnicas –ucranios, tártaros, rusos– no reflejan la fluida y compleja mezcla de identidades nacionales, lingüísticas, políticas y religiosas que existen en Ucrania oriental[64]. Las memorias colectivas que confluyen aquí actúan como elementos de división social y vehículos de nacionalismos enfrentados[65].

El uso de la memoria colectiva como instrumento identitario tiene un ejemplo bien significativo en la memoria del Holocausto de la que hablábamos al comenzar este artículo. Buena parte de Europa ha tenido que acabar lidiando en algún momento de su historia comprendida entre 1945 y 1989 con la memoria de este trauma, superar la voluntad de olvido que había recorrido el viejo continente en la posguerra y enfrentarse a la culpa nacional[66]. En Alemania, singularmente en el Oeste, el proceso ha sido especialmente intenso, espoleado por sucesivos debates de impacto en la opinión pública –como el provocado por el juicio a Eichmann en 1960, la emisión de la serie norteamericana Holocausto en 1979, o el debate Goldhagen de 1996[67]–, hasta llegar a ser presentado el genocidio como parte de la identidad nacional. Gerhard Schröeder afirmó en el 60 aniversario de la liberación de Auschwitz: «la memoria de la guerra y del genocidio forma parte de nuestra vida. Nada cambiará este hecho: forma parte de nuestra identidad»[68]. Pero el debate abierto sobre las expulsiones masivas producidas con las rectificaciones de fronteras tras la II Guerra Mundial, planteado no solo en Alemania –donde se hizo una importante serie de televisión sobre el tema[69]– sino también en otros países de Europa central y oriental como Polonia o Checoslovaquia, revela un panorama más complejo. «La memoria es intrínsecamente polémica y sesgada: lo que para unos es reconocimiento, para otros es omisión», ha escrito Judt[70]. En 1999 fue propuesta la creación en Berlín del Centro contra las Expulsiones (Zentrum gegen Vertreibungen), un museo que diera a conocer y guardara la memoria de las expulsiones forzadas en todo el mundo, incluidas las de alemanes en 1945-1948. Se trata de un proyecto del gobierno federal alemán promovido por la Federación de Expulsados (Bund der Vertriebenen), que agrupa a afectados por aquellos desplazamientos. Para llevarlo a cabo, se creó una fundación que en 2006 organizó una exposición en Berlín en la que se reclamaba la condición de víctimas para los alemanes expulsados, y que causó polémica y tensiones con Polonia[71]. El importante tema de las expulsiones, una expresión de lo que se ha dado en llamar «el retorno de la historia» en la posguerra fría (el pasado alemán, la II Guerra Mundial y sus secuelas), tiene una fundamental dimensión identitaria que apunta de lleno al debate sobre qué es ser alemán.

Es sin embargo en Israel donde la memoria del Holocausto, que solo cobró importancia a partir de la guerra árabe-israelí de 1967 y en los años ochenta pasó a ser zhakor, un deber de recuerdo de connotaciones religiosas, se ha convertido en elemento aglutinante básico de su sociedad e instrumento identitario. También, en un argumento de legitimación de la existencia misma del Estado de Israel. E incluso en un escudo frente a las críticas que pudiera recibir la política expansionista del ejecutivo israelí[72]. Un lugar de memoria como Yad Vashem ha sido utilizado para difundir este uso sionista de la memoria del Holocausto. Y a él contribuyó en marzo de 2013 el presidente de Estados Unidos Barack Obama. En una visita a dicho museo pronunció un discurso en el que afirmó que el Estado de Israel «no existe a causa del holocausto, sino que gracias a la supervivencia de un Estado judío fuerte nunca más habrá un holocausto»[73]. Era una respuesta a las críticas que había recibido a raíz de un discurso anterior, realizado en El Cairo en 2009, en el que había afirmado que el Estado de Israel era consecuencia del genocidio judío por los nazis. Utilizaba un escenario, el museo Yad Vashem, para legitimar un mensaje político de corte sionista, que reforzó además depositando una ofrenda floral en la tumba de Theodor Herlz, el fundador del sionismo moderno (además de otra similar en la tumba de Itzhak Rabin, asesinado por un sionista extremista en 1995 por sentarse a negociar con los palestinos).

3. Conclusión [Subir]

La creación de memoriales públicos se ha multiplicado extraordinariamente desde los años noventa del pasado siglo. Al estar la inmensa mayoría de ellos dedicados a rememorar tragedias colectivas sucedidas en él, singularmente genocidios, han contribuido a reforzar la extendida imagen del siglo xx como centuria de guerra y destrucción[74]. Esa proliferación ha llegado a constituir un fenómeno político –y cultural[75]– global, y un hecho característico del mundo actual. Un mundo en el que la categoría dominante es el presente, pero que es a la vez, como ha señalado Hartog, el tiempo de la memoria y de la deuda con la historia (el deber de memoria)[76]. Si el siglo xx había sido, según afirmó Hobsbawm, un tiempo de «destrucción de la historia», el nuevo ciclo histórico abierto en 1989 parece, con su inédita concentración de memoriales, invertir la dinámica y volver su mirada hacia ella. Es, como apuntaba Judt, solo apariencia. En un contexto de cambios profundos e incertidumbres, se han multiplicado extraordinariamente los vínculos con el pasado que esos memoriales representan, pero esto no les convierte en un instrumento de recuperación de la historia, a pesar de que sean presentados como tales. Memoria –se ha dicho repetidas veces– no es historia, aunque se matice que no están tan alejadas[77]: la memoria se detiene «en el límite de lo que puede ser bien recibido por un determinado grupo o servir a una determinada causa» (S. Juliá[78]), es «intrínsecamente polémica y sesgada» (T. Judt), y a la vez olvido (P. Ricoeur[79]). Como explicó Pierre Nora en los años ochenta, cuando dirigió una de las más importantes obras de la historiografía francesa, Les lieux de mémoire, la memoria colectiva «es lo que queda del pasado en la experiencia vivida de los grupos, o lo que estos grupos hacen del pasado», y constituye «un bien al mismo tiempo inalienable y manipulable, un instrumento de lucha y de poder»[80]. Es, esencialmente, una herramienta política.

La memoria colectiva pertenece al terreno de lo político, responde a sus inquietudes y sirve a sus fines, sean estos contribuir a restablecer la convivencia ciudadana anteriormente rota o tratar de evitar la repetición de una tragedia colectiva; u otros bien distintos y menos explícitos como actuar de instrumento de legitimación del poder, alimentar o enardecer el patriotismo, o definir y socializar identidades colectivas. Aunque los memoriales se presentan como instrumentos para mantener viva la historia y evitar que se repitan genocidios, guerras, persecuciones del otro, del que es o piensa diferente, intolerancias sangrientas de todo signo –anhelo irrenunciable pero probablemente vano, como demuestra la propia historia–, son ideados y utilizados para fijar y tratar de convertir en dominante un determinado relato del pasado, una representación encapsulada del mismo, que sirve a fines políticos. La multiplicación de memoriales en tiempos recientes lo que pone en realidad de manifiesto es la creciente valoración por los poderes públicos, o por grupos de presión, de su utilidad en este sentido. El impacto mediático de estos memoriales es grande, pues los medios de comunicación de masas cubren la noticia de su inauguración, de las visitas oficiales que reciben, de las ceremonias conmemorativas que tienen lugar en ellos, o dan cuenta de las efemérides que se repiten una y otra vez en el calendario. Algunos memoriales se convierten además en reclamos turísticos –con su consiguiente banalización, que no desactiva por completo su mensaje–. En la era de la poderosa internet ese impacto se multiplica exponencialmente (museos virtuales, páginas web...). Los discursos políticos que acompañan a la fundación e inauguración de un monumento, un museo, un espacio memorial, o a la fijación en el calendario de una efemérides –las «palabras banales» de las que habló Billig[81]–, los dotan de significado; las conmemoraciones periódicas y diversos actos oficiales a pie de memorial o la celebración repetida de una festividad, lo mantienen activado. Por todo ello, los memoriales, esos sucedáneos de la historia que decía Judt, y de cuyos riesgos alertó Todorov[82], vienen siendo crecientemente utilizados en las últimas décadas, singularmente como instrumentos de expresión y socialización de identidades colectivas y sentimientos patrióticos, convirtiendo en ocasiones la memoria en encendido campo de batalla.

Notas [Subir]

[1] GIU 14/30. Agradezco a M.C. Romeo, J. Millán, F. Martínez y S. de Pablo sus enriquecedores comentarios sobre el borrador de este texto.
[2] Hobsbawm (Hobsbawm, E. (1995). Historia del siglo xx . Barcelona: Crítica.1995): 13, 23-24.
[3] Judt (Judt, T. (2011). Sobre el olvidado siglo xx. Madrid: Taurus.2011): 15-16.
[4] Mosse (Mosse, G. L. (1999). De la Grande Guerre au totalitarisme: la brutalisation des sociétés europeénnes. París: Hachette.1999) ha analizado esa dimensión y el culto casi religioso hacia el soldado en los monumentos sobre la I Guerra Mundial, así como las consecuencias derivadas de ello. Sobre el significado de los monumentos a los caídos desde el siglo xviii a mediados del xx, véase Koselleck (Koselleck, R. (2012). Modernidad, culto a la muerte y memoria nacional. Madrid: CSIC.2012).
[5] En la resolución 96 (I) de 11-12-1946 la Asamblea General de Naciones Unidas declaró que el genocidio es un delito de derecho internacional contrario a los fines y espíritu de la organización. A través de la Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio, adoptada por la Asamblea en 1948 (resolución 260 A (III) de 9 de diciembre) y abierta a firma y ratificación o adhesión, se confirmó como delito internacional y se dispuso su prevención y sanción. La entrada en vigor de esta convención se fijó para enero de 1951.
[6] Bruneteau (Bruneteau, B. (2006). El siglo de los genocidios. Violencias, masacres y procesos genocidas desde Armenia a Ruanda. Madrid: Alianza.2006); y (Bruneteau, B. (2007). Génocide. Origines, enjeux et usages d’un concept. En B. Lefebvre y S. Ferhadjiam (dirs.). Comprende les génocides du xx e siècle. Comparer-Enseigner (pp. 20-50). París: Editions Bréal.2007).
[7] Sobre este proceso véase Judt (Judt, T. (2012). Postguerra. Una historia de Europa desde 1945. Madrid: Taurus.2012): 1145-1183. En Europa oriental, señala Judt, se han hecho menos progresos, y desde los años noventa se viene produciendo una asimilación entre fascismo y comunismo que trata de fundir en una misma memoria ambas etapas de su historia, diluyendo la primera en la segunda.
[8] Polémico por su diseño, del arquitecto deconstructivista Peter Eisenman, pero también porque participó en las obras una empresa –encargada de suministrar un protector anti-graffiti para preservar al monumento de posibles pintadas neonazis– que era subsidiaria de la fábrica que suministró al gobierno nazi el Zyklon B, el gas utilizado en los campos de exterminio.
[9] Además, en los cerca de 40 museos de la Resistencia repartidos por toda Francia, hay también espacios dedicados a la deportación y al Holocausto. http://www.memorialdelashoah.org/index.php/fr/decouvrir-le-memorial/l-institution/presentation-du-memorial (acceso 20-12-2014. Dada la temática de este artículo, utilizo varias páginas de internet como fuente documental, de manera que para evitar salpicar las notas de numerosas fechas de consulta, unifico todas ellas en esta que acabo de indicar, en la que he verificado su vigencia. Las fuentes hemerográficas utilizadas son accesibles en su edición electrónica).
[10] En Austria fue creada en 1992 una alternativa al servicio civil o militar obligatorio, el Servicio Austriaco de la Memoria (Gedenkdienst), en el que se trabaja prestando ayuda a museos del Holocausto de todo el mundo, y cuya finalidad es doble; por un lado reconocer la responsabilidad de Austria en este hecho, y por otro enseñar a las nuevas generaciones lo que significó manteniendo viva su memoria. No obstante, Austria mantiene una compleja relación con la memoria de su pasado nazi que arranca ya en la etapa de posguerra. Fue entonces cuando se creó un primer memorial en Mauthausen (1949), aunque por iniciativa de Francia, que administraba una de las cuatro partes en que fue dividido el país tras la II Guerra Mundial. Véase Uhl (Uhl, H. (2006). From Victim Myth to Co-Responsability Thesis. Nazi Rule, World War II, and the Holocaust in Austrian Memory. En R. Lebow, N. Richard, W. Kansteiner y C. Fogu (eds.). The Politics of Memory in Postwar Europe. Durham: Duke University Press.2006): 40-71.
[11] Una relación de estos memoriales en Europa en http://www.memoriales.net/topographie/intro/htm. El listado seguirá aumentando: actualmente está en proceso la construcción de otro museo de la Shoah en Roma, que tiene ya activa su página web: http://www.museodellashoah.it/la-fondazione/.
[12] Novik (Novik, P. (2007). Judíos, ¿vergüenza o victimismo? El Holocausto en la vida americana. Madrid: Marcial Pons.2007).
[13] http://www.ctholocaust.co.za/pages/about-the-foundation-history.htm
[14] Erice (Erice, F. (2009). Guerras de la memoria y fantasmas del pasado. Usos y abusos de la memoria colectiva. Oviedo: Eikasia.2009): 194.
[15] El principal monumento es la impresionante Sala del Recuerdo, en cuyo centro arde una llama eterna y en cuyas paredes están grabados los nombres de 22 campos de concentración y exterminio nazis. El complejo incluye una Sala de los Nombres, que recuerda los 6 millones de víctimas judías y en la que se guardan las Hojas de Testimonio (más de 2 millones), con breves biografías de esas víctimas (http://www.yadvashem.org).
[16] El museo de Jerusalén, Yad Vashem, ha servido de modelo para otro virtual de muy distinto signo: el Museo del Holocausto Palestino, creado en 2008 y localizado en una página web del grupo qatarí IslamOnline, que, siguiendo la idea y estética de Yad Vashem, recoge los nombres de las víctimas infantiles de los bombardeos israelíes, denunciando un «nuevo holocausto» y ofreciendo una imagen de los judíos como victimarios que busca ser contraimagen de la que difunde Yad Vashem. El Mundo, 4-01-2008, «El museo del holocausto palestino».
[17] Sobre esta cuestión, véase Ben Ami (Ben Ami, S. (1999). La memoria del holocausto en la configuración de la identidad nacional israelí. Pasajes. Revista de pensamiento contemporáneo, (1), 7-15.1999).
[18] En 2012 se celebró ese mismo día un baile en Viena, en los salones del Hofburg, el antiguo palacio imperial, organizado por una asociación de grupos de ultraderecha nacionalista, neonazis incluidos, al que asistió la líder del Frente Nacional francés Marine Le Pen, y que fue denunciado por políticos de izquierda e intelectuales como una afrenta a las víctimas de la persecución judía. Hubo manifestaciones de repulsa y disturbios, y a raíz de estos hechos la Comisión Austriaca de la Unesco retiró los bailes vieneses de la lista de patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. El Estado austriaco intentó impedir que el baile se siguiera celebrando en el Hofburg –donde se realizaba desde 1950–, pero fue en vano: cambió de nombre y pasó a llamarse Akademikerball y a ser patrocinado por el FPÖ, que tiene una importante representación parlamentaria. El País, 28-01-2012, «La ultraderecha europea baila en Viena el día en que se conmemora el holocausto».
[19] El memorial se creó a raíz de una iniciativa del Ayuntamiento de Hiroshima para preservar la cúpula Genbaku del edificio Salón de la Promoción Industrial, tal como la dejó el ataque nuclear. En 1996 la Unesco declaró los restos del edificio Patrimonio de la Humanidad. En Nagasaki, también en 1955, se edificó un Parque de la Paz para conmemorar el bombardeo y un Museo de la Bomba Atómica, reinaugurado en 1996, al que se añadió en 2003 un nuevo espacio memorial, el Nagasaki Peace Memorial Hall (http://www.peace-nagasaki.go.jp/english/).
[20] http://www.genocide-museum.am/eng/Description_and_history.php. Sobre este genocidio, Kevorkian (Kevorkian, R. (2006). Le génocide des Arméniens. París: Odile Jacob.2006).
[21] Clarín, 7-05-2014, «Un museo en Buenos Aires por el genocidio armenio».
[22] Se fijó el 20 de enero. El País, 20-11-2005, «El genocida de Camboya». Sobre el genocidio camboyano, Kiernan (Kiernan, B. (1996). The Pol Pot Regime: Race, Power and Genocide in Cambodia under the Khmer Rouge, 1975-1979. New Haven: Yale University Press.1996).
[23] http://news.bbc.co.uk/2/hi/asia-pacific/5205534.stm.
[24] El País, 24-02-2014, «La gema escondida de los Óscar».
[25] En el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, en tribunales nacionales y en tribunales comunitarios tradicionales. Información sobre este complejo sistema de tribunales en: http://www.un.org/es/preventgenocide/rwanda/about/bgjustice.shtml
[26] El decreto de su creación en: http://anm.derhuman.jus.gov.ar/otro_doc_creacion.html
[27] http://www.derhuman.jus.gov.ar/anm/index.html. En 2008 la Unesco decidió instalar en la ESMA un Centro Internacional para la Promoción de los Derechos Humanos.
[28] Las de Argentina y Chile se crearon por iniciativa gubernamental, la primera bajo el gobierno de Raúl Alfonsín y la segunda en 1990 durante el gobierno de Patricio Alwin (Comisión Nacional para la Verdad y Reconciliación o Comisión Retting); otras han sido creadas como parte de un proceso de paz con mediación internacional, caso de Salvador en 1993 o de Guatemala en 1996. Véase Lund, Méndez-Montalvo y Zovatto (Lund, M., Méndez-Montalvo, M. y Zovatto, D. (2004). Comisiones de la verdad: la experiencia latinoamericana, Nexos (julio 2004). Disponible en: http://www.nexos.com.mx/?p=112092004).
[29] http://unesdoc.unesco.org/images/0012/001256/125637s.pdf
[30] Una explicación sobre el concepto en González Calleja (González Calleja, E. (2014). El deber de memoria y la justicia transicional en perspectiva histórica. En VV.AA., Políticas de memoria. Qué, cómo y para qué recordar (pp. 32-65). Vitoria: Fundación Fernando Buesa e Instituto Valentín de Foronda.2014): 52-56.
[31] Véase Ross (Ross, F. (2006). La elaboración de una Memoria Nacional: la Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica. Cuadernos de Antropología Social, (24), 51-68.2006).
[32] Sobre dicha memoria, Aguilar (Aguilar, P. (2008). Políticas de la memoria y memorias de la política. El caso español en perspectiva comparada. Madrid: Alianza.2008); Juliá (Juliá, S. (dir.) (2006). Memoria de la Guerra y del Franquismo. Madrid: Taurus y Fundación Pablo Iglesias.2006).
[33] Su página web: http://www.memoriahistorica.org.es
[34] «La presente Ley parte de la consideración de que los diversos aspectos relacionados con la memoria personal y familiar, especialmente cuando se han visto afectados por conflictos de carácter público, forman parte del estatuto jurídico de la ciudadanía democrática, y como tales son abordados en el texto. Se reconoce, en este sentido, un derecho individual a la memoria personal y familiar de cada ciudadano, que encuentra su primera manifestación en la Ley en el reconocimiento general que en la misma se proclama en su artículo 2».
[35] Público, 29-09-2012 «El gobierno elimina en 2013 el presupuesto para memoria histórica»; El País, 5-10-2013, «La promesa que Rajoy sí cumplió».
[36] http://www.memoriahistorica.gob.es
[37] Un estudio del impacto sociopolítico de estas excavaciones desde una perspectiva antropológica en Ferrándiz (Ferrándiz, F. (2014). El pasado bajo tierra. Exhumaciones contemporáneas de la Guerra Civil. Madrid: Anthropos.2014).
[38] Una reflexión desde la filosofía sobre los problemas que se plantean, en Innerarity (Innerarity, D. (2012). Políticas de la memoria en Euskadi: reconocer, reconciliar, relatar, recordar. Revista Internacional de Estudios Vascos, (nº extra 10), 56-69.2012).
[39] Sobre el papel de la historiografía en este proceso véase Ortiz de Orruño y Pérez (Ortiz de Orruño, J.M. y Pérez, J.A. (coords.) (2013). Construyendo memorias. Relatos históricos para Euskadi después del terrorismo. Madrid: Los Libros de la Catarata.2013).
[40] El punto de partida fue una exitosa exposición sobre el pasado esclavista de la ciudad organizada en 1992, Les Anneaux de la mémoire, que recibió más de 400.000 visitantes.
[41] http://memorial.nantes.fr/es
[42] Maurice Halbwachs (Halbwachs, M. (1925). Les cadres sociaux de la mémoire. París: Librairie Félix Alcan.1925) consideró a la memoria colectiva una construcción social, sometida a continua reelaboración, y a la memoria individual una parte de ella, afirmando que cuando un individuo recuerda siempre lo hace desde el punto de vista del grupo o grupos al que siente que pertenece. En The Collective Memory (1950) matizó esa asimilación entre memoria colectiva e individual tras las críticas que le planteó Marc Bloch.
[43] Halberstam (Halberstam, D. (2008). La guerra olvidada. Historia de la Guerra de Corea. Barcelona: Crítica.2008): 3.
[44] http://www.nps.gov/kowa/index.htm
[45] Las víctimas coreanas fueron cerca de dos millones, en su mayoría civiles. Zinn (Zinn, H. (1999). La otra historia de los Estados Unidos. Fuenterrabía: Hiru.1999): 381 y 386.
[46] «[...] recognizes the ways Americans serverd, honors those who fell, and recognizes the victory they achieved to restore freedom and end tyranny around the globe» explica su página web en inglés, mientras que la versión en español añade que el monumento «conecta el legado de la Guerra de Independencia y la Guerra Civil de Estados Unidos con una gran cruzada para terminar con el fascismo en el mundo» (http://www.nps.gov/wwii/index.htm; http://www.nps.gov/wwii/espanol/index.htm). La elección del emplazamiento, en el National Mall, en un lugar donde solían celebrarse manifestaciones, neutralizándolo para este uso, generó polémica.
[47] Un reportaje gráfico en http://sp.ria.ru/photolents/20130725/157633464.html
[48] El País, 27-07-2013, «Pyongyang muestra su poderío militar a los 60 años del armisticio de la guerra»; http://www.rtve.es/noticias/20130727/corea-del-norte-celebra-impresionante-desfile-60-anos-del-fin-guerra/725860.shtml
[49] Un descendiente de Princip, entrevistado con ocasión del centenario, afirmaba: «Muchos dicen que era un nacionalista radical serbio. No es cierto, formaba parte de un grupo multiétnico y creía en la diversidad». El País, 28-06-2014, «Gavrilo Princip era un joven idealista».
[50] Sobre la relación entre pasado, memoria e identidad, Kasteiner (Kasteiner, W. (2007). Dar sentido a la memoria. Una crítica metodológica a los estudios sobre memorias colectivas. Pasajes. Revista de Pensamiento Contemporáneo, (24), 31-43.2007); Lowenthal (Lowenthal, D. (1998). El pasado es un país extraño. Madrid: Akal.1998): 80-86.
[51] 20minutos.es, 29-11-2006, «Ucrania reconoce como genocidio la hambruna por la colectivización de Stalin». Estados Unidos, Canadá, Italia, Polonia, Hungría, Georgia, Lituania, Estonia, Australia y Argentina reconocieron también como genocidio el Holomodor, y la lista de reconocimientos se fue ampliando con posterioridad. Aunque evitando utilizar el concepto genocidio, en 2008, en el 75 aniversario de la tragedia, el parlamento europeo condenó el Holomodor como «un crimen atroz contra el pueblo ucraniano y contra la humanidad» (resolución de 23 de octubre).
[52] http://memorialholodomors.org.ua/en
[53] La comunidad tártara de Crimea, el 12% de la población, boicoteó el referéndum negándose a participar en él. Es rusa el 58,3 % de la población y ucraniana el 24,3% (según datos del censo ucraniano de 2001 publicados en El País, 16-03-2014, «Crimea se abraza a la Rusia de Putin»).
[54] La política exterior de Putin en relación a antiguas repúblicas soviéticas independizadas al desplomarse la URSS ha sido considerada un intento de reconstrucción de una Gran Rusia. Véase Nygren (Nygren, B. (2007). The Rebuilding of Greater Russia: Putin’s Foreign Policy Towards the CIS Countries. London, New York: Routledge.2007).
[55] El País, 11-03-2014, «Crimea busca la independencia como paso para unirse a Rusia».
[56] El Principado era una parte del Rus de Kiev, que en tiempos de Vladimiro I estaba habitado por diversos pueblos: eslavos, varegos escandinavos (conocidos localmente como russ) y tribus de origen ugrofinés y turco. Tras su desintegración, en el siglo xiii, se produjo la división de los eslavos orientales en tres grupos diferenciados; rusos, bielorrusos y ucranios. Warner (Warner, E. (2005). Mitos rusos. Madrid: Akal.2005): 7 y 10.
[57] http://rusopedia.rt.com/datos_basicos/fiestas/issue_52.html. Putin ha incorporado otras fiestas al calendario ruso, la más importante de ellas el Día de la Unidad Popular, establecida oficialmente en diciembre de 2004. La festividad se situó en el mismo día en que se celebraba otra antigua, el Día del Icono de la Virgen de Kazán (4 de noviembre), virgen considerada protectora de las milicias rusas frente a la invasión polaca de 1612. «La nueva fiesta debe contribuir a la unidad del pueblo, a la concienciación de que Rusia es nuestra patria común. Las diferencias étnicas, sociales, políticas que son inevitables en cualquier Estado moderno no deben obstaculizar nuestras labores conjuntas en aras del florecimiento de la patria y del bienestar de los pueblos que la habitan», declaró el patriarca Alejo II, líder de la iglesia ortodoxa rusa al establecerse el Día de la Unidad Popular como principal fiesta nacional. Ocupaba así el lugar festivo que en época comunista tuvo el 7 de noviembre (25 de octubre en el antiguo calendario), aniversario de la revolución bolchevique; actualmente es día laborable y se ha rebautizado como Día de la Concordia y Reconciliación.
[58] http://consulado.ukrbcn.com/es/usefulinfo/usefulinfo_001_10.php
[59] El País 10-05-2014, «Putin exhibe el poder ruso en Crimea».
[60] El País, 19-04-2014, «Putin juega con los rusos y con los mapas».
[61] Fue una unidad administrativa, de territorio variable, que incluyó el Transdniéster, que forma hoy parte de Moldavia, y que desapareció en 1802. Transdniéster autoproclamó su independencia en 1992, no reconocida por Moldavia, lo que se tradujo en guerra. En 2006 celebró un referéndum para unirse a Rusia, pero Moscú declinó entonces diplomáticamente materializar esa unión.
[62] Novorosia tuvo unos límites variables en el tiempo, pero en esos mapas se incluye al Trandsniéster. El País, 19-04-2014, «Putin juega con los rusos y con los mapas».
[63] En 1944 los tártaros, que eran entonces mayoría de la población, acusados de colaboracionismo con los nazis, sufrieron una deportación masiva, de cerca de 200.000 personas, con destino a Asia Central, la mayoría a Uzbekistán, y buena parte de ellos murieron (es lo que se conoce como Sürgün, y que se ha denunciado también como genocidio tártaro). Desde la independencia de Ucrania, los tártaros, que son musulmanes, han sido aliados locales del gobierno de Kiev para contrapesar a los rusos.
[64] Thimoty Garton Ash llamaba la atención sobre ello en un artículo de prensa: El País, 20-03-2014, «La pelea de Kiev acaba de empezar».
[65] En el mismo marco de la crisis de Ucrania, encontramos otro ejemplo de uso político de la memoria colectiva. El presidente de Estados Unidos Barack Obama ha utilizado la memoria de dos acontecimientos distintos, la transición a la democracia parlamentaria en Europa del Este y la II Guerra Mundial, como instrumento de política exterior, trasladando a través de ellas un mensaje de advertencia a Vladímir Putin. Obama viajó a Europa en junio de 2014, eligiendo Polonia como primera escala de su viaje y participando en la celebración del 25 aniversario de las elecciones que un 4 de junio de 1989 pusieron fin a la etapa comunista en el país, y en ese marco afirmó el «compromiso inquebrantable» de Estados Unidos con los países del Este. Después, el 6 de junio, participó también en la conmemoración del septuagésimo aniversario del desembarco de Normandía: el mensaje en este caso fue el de unidad trasatlántica, para mostrar a Putin que en el pasado Estados Unidos se había comprometido en la defensa de Europa, y que seguía dispuesta a volver a hacerlo (El País, 3-06-2014, «Washington refuerza la Alianza en el Este»). Revitalizaba así una noción de unidad trasatlántica que se había debilitado con el giro hacia el eje Asia-Pacífico realizado por su Administración.
[66] Judt (Judt, T. (2012). Postguerra. Una historia de Europa desde 1945. Madrid: Taurus.2012): 1145-1183.
[67] Este último se produjo tras la traducción al alemán de la obra de Daniel Goldhagen Los verdugos voluntarios de Hitler (1996), en la que sostenía que la distinción entre criminales nazis y alemanes corrientes no estaba justificada. Véase Moreno Luzón (Moreno Luzón, J. (1999). El debate Goldhagen: los historiadores, el Holocausto y la identidad nacional alemana. Historia y Política, (1), 135-159.1999).
[68] Citado por Judt (Judt, T. (2012). Postguerra. Una historia de Europa desde 1945. Madrid: Taurus.2012): 1178.
[69] La serie, que hablaba de las expulsiones en Prusia Oriental, Silesia, Transpomerania y los sudetes de Bohemia, con entrevistas a los afectados, generó una publicación: Arburg (Arburg, A. von (2005). Als die Deutsche weg waren. Was nach der Vertreibung geschah: Ostpreussen, Schlesien, Sudentenland. Berlín: Rowohlt Verlag.2005).
[70] Judt (Judt, T. (2012). Postguerra. Una historia de Europa desde 1945. Madrid: Taurus.2012): 1182.
[71] BBCmundo.com, 13-08-2006, «Exhibición en Berlín reabre heridas». Sobre el impacto de esta polémica en Polonia, Piskorski (Piskorski, J. M. (2008). Les moltes cares de la història. Memòria i política de la història a Polònia. Afers, (61), 759-770.2008). El tema generó también controversia entre Alemania y Checoslovaquia (por los decretos Benes de 1945) durante la negociación de la incorporación a la Unión Europea de este último país. Véase Sainz Gsell (Sainz Gsell, N. (2008). Minorías en Europa Central y Oriental: conflictividad y gestión internacional en posguerra fría. En A. Blanc Altemir (ed.). Europa Oriental: en la encrucijada entre la Unión Europea y la Federación Rusa (pp. 217-245). Lleida: Universitat de Lleida.2008): 230.
[72] Véase Finkelstein (Finkelstein, N. G. (2014). La industria del Holocausto. Madrid: Akal.2014); López Alonso (López Alonso, C. (2004). El Holocausto como factor de identidad interna y externa de Israel. En J. Beramendi (ed.). Memoria e identidades (pp. 644-660). Santiago de Compostela: Universidad de Santiago.2004).
[73] DeutscheWelle.de, 22-03-2013, «Obama visita el museo del Holocausto de Yad Vashem»; La Vanguardia, 22-03-2013, «Obama afirma que el Estado de Israel no es producto del Holocausto».
[74] Es la imagen que recogió en su ensayo sobre el siglo xx Hobsbawm (Hobsbawm, E. (1995). Historia del siglo xx . Barcelona: Crítica.1995). Sobre la interpretación de este siglo de violencias véase Traverso (Traverso, E. (2012). La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo xx . Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.2012).
[75] Como ha explicado Romeo (Romeo Mateo, M.C. (2003). La cultura de la memoria. Pasajes de pensamiento contemporáneo, (11), 61-65.2003), el recuerdo del pasado no es solo un fenómeno político sino también cultural, que impregna la cultura occidental desde el final del siglo xx en sus diversas manifestaciones, del cine a la pintura pasando por el diseño urbanístico.
[76] Hartog (Hartog, F. (2010). El historiador en un mundo presentista. En F. Devoto (dir.). Historiadores, ensayistas y gran público, 1990-2010. Buenos Aires: Biblos.2010).
[77] Véase por ejemplo Micheanneau (Micheanneau, S. (2008). La memoria, ¿objeto de historia? En J. Beramendi y M.J. Baz (eds.). Identidades y memoria imaginada. Valencia: Universidad de Valencia.2008): 57.
[78] Juliá (Juliá, S. (2011). Elogio de historia en tiempos de memoria. Madrid: Marcial Pons.2011): 115.
[79] Ricoeur (Ricoeur, P. (2003). La memoria, la historia, el olvido. Madrid: Trotta.2003).
[80] La memoria colectiva, dijo, es «el recuerdo o conjunto de recuerdos, conscientes o no, de una experiencia vivida y/o mitificada por una colectividad viva, de cuya identidad forma parte integrante el sentimiento del pasado». Otra cosa distinta es la memoria histórica, que es analítica y crítica, fruto de una tradición erudita y científica. La memoria histórica es unitaria, las memorias colectivas múltiples. «La memoria histórica filtra, acumula, capitaliza y transmite; la memoria colectiva conserva un momento el recuerdo de una experiencia intransferible, borra y recompone a su capricho, en función de necesidades del momento, de las leyes de lo imaginario y del retorno de lo reprimido». Nora (Nora, P. (1988). Memoria colectiva. En J. Le Goff, R. Chartier, y J. Revel. La nueva Historia. Bilbao: Ediciones Mensajero.1988): 455-456. Aunque se le objetó que había realizado una distinción excesivamente radical, Nora trataba de llamar la atención sobre lo que la memoria colectiva tiene de selectiva y de olvido.
[81] Billig (Billig, M. (2014). Nacionalismo banal. Madrid: Capitán Swing.2014): 159 y ss.
[82] Todorov (Todorov, T. (2008). Los abusos de la memoria. Barcelona: Paidós.2008). También el propio Judt (Judt, T. (2012). Postguerra. Una historia de Europa desde 1945. Madrid: Taurus.2012): 1169 y ss.

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