RESUMEN

La dimensión americana de la identidad española estuvo al servicio de la política y de la regeneración nacional a lo largo del siglo xx. Con respaldo institucional, se consagró en el festejo de la propia existencia de España: el 12 de octubre. La conmemoración sobrevivió en el calendario festivo de diferentes regímenes políticos y se transformó a lo largo del siglo. Fue Fiesta de la Raza, Día de la Hispanidad y el día acabó como fiesta nacional de los españoles desde 1987. Los festejos se avivaron de diferentes significados y en torno a ellos se desplegaron actores, instituciones y recursos para afirmar identidades nacionales, regionales y locales. El artículo se detiene, casi etnográficamente y a partir de una base empírica, en los festejos del 12 de octubre de 1960 y 1977 durante el tardo franquismo y los inicios de la democracia. El objetivo es mostrar cómo la fiesta se acomodó a distintos contextos y territorios de la nación, desplegó intenciones políticas y actualizó imaginarios sociales para la conformación de la identidad nacional española y su proyección internacional.

Palabras clave: 12 de octubre; conmemoraciones; nacionalismo español; relaciones diplomáticas; Hispanidad ; fiesta nacional;

ABSTRACT

American dimension of Spanish identity was in the service of political and national regeneration throughout the twentieth century. With institutional support, it was consecrated in the celebration of the very existence of Spain: on 12th October. The commemoration survived in the official party calendar of different political regimes and transformed throughout the century. It was «Fiesta de la Raza», «Día de la Hispanidad» and the day ended as the Spanish national day since 1987. The celebrations were sparked different meanings and around them, actors, institutions and resources were deployed to affirm national, regional and local identities. The article stops, almost ethnographic and from empirical basis, in the celebrations of October 12th 1960 and 1977 during the Francoism regime and the beginning of democracy. The aim is to show how the celebration was adapted to different contexts and territories of the nation, deployed political intentions and updated social imaginary to the formation of the Spanish national identity and its international expansion.

Keywords: October 12th; commemorations; spanish nationalism; diplomatic relations; Hispanidad ; national day;

Cómo citar este artículo / Citation: García Sebastiani, M. (2016). América y el nacionalismo español: las fiestas del 12 de octubre, del franquismo a la democracia. Historia y Política, 35, 71-94. doi: http://dx.doi.org/10.18042/hp.35.04

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SUMARIO

  1. Resumen
  2. Abstract
  3. 1. Introducción
  4. 2. El 12 de octubre y el franquismo: Mallorca, 1960
  5. 3. El 12 de octubre en democracia: Las Palmas de Gran Canaria, 1977
  6. 4. Conclusiones
  7. Notas
  8. Bibliografía

1. Introducción [Subir]

Desde que los estudios del antropólogo Clifford Geertz han insistido en la importancia de los símbolos y las prácticas culturales como formas de comunicación social y de regulación de la vida colectiva, el poder de lo imaginado ha constituido todo un campo de atención sobre la connivencia entre la cultura y la política, transitado desigualmente por las historiografías nacionales desde el último tercio del siglo xx[2]. De hecho, los estudios sobre el nacionalismo han explorado en los procesos de construcción y socialización de los imaginarios nacionales desde enfoques multidisciplinarios. Y, para el caso español, se han revisitado temas, periodos y formas de abordaje[3]. Menos centrados exclusivamente en los nacionalismos periféricos, los análisis se detienen en el papel del Estado como promotor de la identidad nacional española por diferentes territorios a lo largo del siglo xx y en las respuestas sociedad civil. Pieza clave para ese proceso de modulación es el día de fiesta nacional, el 12 de octubre, y su historia.

Como toda celebración cívica, esos días sintetizan una manera de trasmitir intenciones entre el Estado y la sociedad civil, y de transformar la nación imaginada. Son días especiales para recordar el pasado y apelar a la emoción de la gente para que se identifique con referentes culturales y un proyecto de futuro común. Además, son efemérides exclusivas porque, a fuerza de la rutina de su celebración, recrean las memorias de las naciones, codifican identidades y remozan consensos y lealtades. En el caso de España, la celebración remite a la proyección americana como parte constitutiva de la identidad nacional española. América conjuga nostalgia y futuro y, por tanto, fue un ideal disponible y al servicio del poder para restaurar el orgullo nacional con objetivos políticos internos e internacionales.

Si bien la fuerza de la idea de América en el nacionalismo español se materializó en diferentes organismos estatales a lo largo del siglo xx[4], el festejo del 12 de octubre es el símbolo más significativo y duradero de su institucionalización. La celebración de la propia existencia de España se sustenta en la imaginación de que la epopeya nacional trasciende las fronteras. La fecha en sí reúne referencias históricas múltiples para el relato nacional: el descubrimiento, los Reyes Católicos, la evangelización, la lengua, el pasado imperial y la emigración. A la vez, combina elementos contradictorios del nacionalismo español. Uno, secularizado y proyectivo; otro, espiritual y católico. La popularidad del recuerdo de la Virgen del Pilar ese mismo día, patrona de algunas corporaciones del Estado y de la región de Aragón, auxilió al arraigo de la conmemoración y al sostenimiento de las narraciones católicas sobre la nación[5].

La fiesta, oficializada en 1918, recorre todo el siglo xx y tiene vigencia en la actualidad. Fue Día de la Raza, Fiesta de la Hispanidad desde 1958 y es día de fiesta nacional de los españoles desde 1987. El Día de Colón se adaptó a regímenes de muy diverso signo (monarquía, república, dictaduras y democracia), a diferencias territoriales y a contextos nacionales e internacionales cambiantes. La celebración fue un registro de las transformaciones político-institucionales, de las ofensivas diplomáticas y de las interpretaciones de algunos espacios geográficos con la nación. Cada 12 de octubre acompañó, por tanto, al proceso de invención, construcción y modificación de la identidad española a lo largo del siglo xx[6].

Este artículo analiza el despliegue de los festejos celebrados en Mallorca en 1960 y en las Islas Canarias en 1977. En diferentes momentos de la historia política, las referencias a América sirvieron para actualizar, incluso desde territorios periféricos de la geografía española, la identidad nacional. A partir de un trabajo empírico se explica cómo la fiesta del 12 de octubre amoldó sus rituales y contenidos, tanto de matriz liberal como conservadora, a las intenciones de cada presente político. La puesta en escena y la intervención de los actores y del Estado en los respectivos festejos ayudaron a articular las identidades nacionales dentro del territorio español a partir de la renovación de consensos, legitimaciones, apoyos y significados. Las celebraciones estudiadas muestran no solo cómo el recuerdo americano avivó y enriqueció el imaginario nacionalista español, sino también cómo aquel se adaptó a las prioridades de la política exterior en cada contexto histórico. En efecto, durante el franquismo desarrollista, la fiesta del 12 de octubre representó el buen entendimiento de España con Estados Unidos. Y, en los inicios de la transición democrática, la festividad se adecuó a la reanudación de relaciones diplomáticas con México desde el final de la Guerra Civil.

2. El 12 de octubre y el franquismo: Mallorca, 1960 [Subir]

Durante el franquismo, América articuló nuevos proyectos de identidad nacional y la fiesta del 12 de octubre estuvo, una vez más, al servicio de la política y del Estado. El régimen amplificó el significado de la conmemoración como nunca antes. Y compuso un carácter universal de la nación española a partir de la idea de la Hispanidad como una comunidad internacional imaginada y gestionada sucesivamente por falangistas, católicos y tecnócratas. A lo largo de los cuarenta años en el poder, el régimen renovó la idea de que América era la prolongación de la identidad española en el mundo y en torno a ella construyó su política exterior y representó sus planes de regeneración interna[7]. En la fiesta del 12 de octubre, ya con tradición en la historia de España, el franquismo encajó los elementos del imaginario católico que fueron evolucionando una vez consolidado el régimen. La celebración aludía a la conquista, evangelización y civilización de América por una nación española grande y unida pero atenta a la diversidad regional y con capacidad de transformación económica y social. El franquismo institucionalizó la idea con el asesoramiento de un Consejo de la Hispanidad reconvertido en Instituto de Cultura Hispánica (ICH) en 1945 y desde donde la Iglesia católica orquestó, en parte, la ofensiva política y cultural hacia América[8].

El festejo del 12 de octubre, como el régimen mismo, pasó por diferentes etapas. En 1958 se renombró como Día de la Hispanidad para acompañar a una nueva fase del régimen, abierto al desarrollo económico, al impulso del turismo y a una política exterior española interlocutora entre España y América Latina. Además, desde 1951, fue una fiesta itinerante por toda la geografía española. El Estado organizó la celebración principal del 12 de octubre por diferentes ciudades españolas, aunque algunos años Madrid acogiera la fiesta institucional o fuese el escenario para deslucir celebraciones locales. La fiesta se renovaba anualmente como vehículo de socialización, adoctrinamiento, legitimación de masas y consensos regionales. En realidad, desde comienzos del siglo xx, la fiesta tenía arraigo en ciudades españolas con peso administrativo, americanismo asociativo, relaciones económicas y culturales con América, o con tradición migratoria. En las celebraciones, los diferentes actores remozaban anualmente la interpretación que los territorios mantenían con la fiesta y, por tanto, con la nación. Las identidades locales, regionales y nacionales se ponían en juego en cada conmemoración[9]. La idea de hacer peregrinar los actos festivos centrales del 12 de octubre por la geografía española comenzó durante la Guerra Civil y el franquismo continuó con esa costumbre. Y distintas ciudades e intereses regionales pugnaban por monopolizar la celebración.

Detrás de la organización estaba el ICH y la Dirección de Relaciones Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores y, con los años, se fueron integrando a la celebración otras dependencias del Estado. En la preparación de las fiestas se le concedía protagonismo a las autoridades locales, provinciales, militares, eclesiásticas y del movimiento. Y se sumaban, como invitados, los representantes institucionales en España de los países de América Latina, Estados Unidos y Portugal. La fiesta era un escenario de exhibición de la sociabilidad honorable de la diplomacia pública y, de paso, un instrumento de propaganda exterior que avivaba el imaginario nacionalista español con una forma de pertenencia al mundo. El ritual del festejo servía para ensalzar la unidad del cuerpo representativo que participaba de la invención de una comunidad imaginada de países iberoamericanos[10].

El recorrido de la fiesta por la geografía española a lo largo de los años no fue casual. Los lugares de celebración tenían un significado simbólico con el descubrimiento, América o la monarquía hispánica. Se pretendió recrear el imperio de los Reyes Católicos y su descendencia, pero a la vez atender a la diversidad cultural y territorial de España. La fiesta itinerante de la Hispanidad servía, por tanto, como elemento aglutinador de los regionalismos y nacionalismos periféricos y, de paso, atajaba el antifranquismo de determinadas regiones de España. Con todo, desde comienzos de los años sesenta la fiesta viajante del 12 de octubre también se enmarcó en la promoción de lugares y regiones por el nuevo Ministerio de Información y Turismo.

En 1960 los actos institucionales del Día la Hispanidad se desplegaron en Mallorca. Entre el 11 y el 15 de octubre, el cuerpo diplomático, las autoridades nacionales y locales se pasearon, como turistas, al son de los homenajes preparados por las fuerzas vivas de la ciudad, la Iglesia, y la administración central con motivo de la fiesta. El ministro de Exteriores, Fernando Castiella, y el director del ICH, Blas Piñar, ejercieron de anfitriones. La representación diplomática norteamericana, encabezada por su propio embajador John Davis Lodge y su mujer, se puso a disposición de la conmemoración para simbolizar las buenas relaciones y un futuro esperanzador de buenos negocios con España. La celebración se organizó en torno al recuerdo del franciscano mallorquín Junípero Serra, el pionero colonizador de territorios del virreinato de Nueva España en siglo xviii y fundador de la ciudad de San Francisco. Su figura flanqueaba una de las viejas salas del Capitolio de Washington como representación ilustre y heroica del Estado de California a la nación norteamericana. Con tal homenaje, el régimen remozó con nuevos elementos para el nacionalismo conservador la idea de una España católica y civilizadora del continente americano. A la vez, la fiesta simbolizó la buena marcha de las relaciones bilaterales con Estados Unidos tras los acuerdos económicos, culturales y militares firmados en 1953 que habían sacado a España del aislamiento internacional y la habían puesto en la senda de la inversión extranjera y el crecimiento económico en plena Guerra Fría[11]. Por fin, otros elementos se pusieron en juego para el 12 de octubre de 1960: los referentes de identidad regional para el nacionalismo español, y de paso, los aportes de Mallorca para el turismo, una industria de regeneración nacional en alza.

Los motivos evocados en el festejo se acoplaron a la política informativa y cultural norteamericana empeñada en crear una buena imagen pública en el exterior como estrategia de actuación contra el comunismo. En efecto, tras la Segunda Guerra mundial, programas especiales de ayuda técnica, económica y educativa, y agencias gubernamentales de Estados Unidos sostuvieron una propaganda útil que facilitara el coste de las intervenciones militares, políticas y económicas en el extranjero. Para la renovación de la imagen norteamericana en España era clave un mejor conocimiento sobre la cultura y las formas de vida americana entre las clases medias e ilustradas, profesionales o vinculadas al poder de las principales ciudades del país. La propaganda no estaba orientada a promover la democracia o el desarrollo social, sino a crear las condiciones para disfrutar de los beneficios de los acuerdos con un gobierno autoritario. Era todo un programa de relaciones públicas para el buen entendimiento entre naciones y el refuerzo de Estados Unidos como líder internacional[12]. Pero no fue especialmente fácil convencer a los adeptos más entusiastas del régimen. La derecha autoritaria, que mantenía abierta la herida del desastre de 1898, desconfiaba del materialismo que representaba el país norteamericano, contrapuesto al ideal civilizador y evangelizador del añorado imperio español[13]. Para ganarse la confianza de los españoles, los promotores utilizaron como canales de propagación a la prensa, la radio, la televisión, los programas de intercambio militar, técnico y educativo, el cine y el paternalismo de la beneficencia disfrazada de Papá Noel para niños hospitalizados de Barcelona, Valencia o Palma de Mallorca. Todo servía para el fomento de la «American Way of Life» entre los interesados por la modernización y la apertura del régimen. La campaña de propaganda se orquestó especialmente desde finales de los años cuarenta justificando lazos históricos entre España y Estados Unidos. Dada la visión idealizada del pasado colonial entre los más profranquistas, una de las vías de convencimiento fue la pesquisa del rastro español en América del Norte. La empresa de difusión norteamericana se puso en sintonía con los publicistas del ICH quienes durante la década de 1950 machacaron con reportajes, congresos y artículos sobre Colón y las misiones católicas en California, Nuevo México y Florida[14].

El despliegue conmemorativo en torno a Junípero había avivado el relato nacional-católico del régimen en 1949 con motivo del segundo centenario de la salida del religioso de la isla. Entonces, la solemnidad de un acto ilustrado, una misa y banderas españolas habían fijado su recuerdo para el buen entendimiento entre Mallorca y el oeste californiano con un monumento y la reconstrucción de una casa solariega en Petra, su localidad natal[15]. Una década después se actualizó la memoria del misionero mallorquín en aquella región como muestra de la buena marcha de los acuerdos con Estados Unidos. De hecho, en el verano de 1959, las autoridades locales, el gobernador civil y el agregado cultural de la embajada norteamericana habían escenificado la inauguración del Museo y Centro de Estudios Juniperianos y el recuerdo floral al pie del monumento al franciscano en Petra[16].

La idea de conmemorar un 12 de octubre en las islas Baleares había surgido en 1957, pero los preparativos para los festejos en Mallorca se concretaron tras el verano de 1960[17]. Los significados actualizados con la celebración alargarían el buen regusto dejado por el presidente norteamericano Dwight Eisenhower durante su fugaz visita a Madrid entre el 21 y 22 de diciembre de 1959 como escala de una extensa gira por países de Asia, Europa y el norte de África. Si bien había faltado la cena oficial, la foto con Franco en el aeropuerto y el paseo en coche de ambos por la Gran Vía entre una multitud de curiosos habían dejado buenos registros para interpretar una plena incorporación de España al bloque occidental. Con todo, en la decisión a favor de la isla pulsó la puja de las élites intermedias del régimen y de sus familias políticas por capitalizar la fiesta para sus intereses propios y de la región. Para su organización se activaron las relaciones de paisanaje en la Mallorca natal del entonces director adjunto de Relaciones Culturales del Ministerio de Exteriores, Guillermo Nadal Blanes. Tales favores de la administración descartaron de antemano cualquier gestión de los festejos con el entorno de la familia March, a la que el régimen había correspondido en 1959 con la preparación de un homenaje a Ramón Llull para ensalzarlo como el mallorquín universal de la Baja Edad Media y precursor de organizaciones supranacionales favorables a la paz y la concordia.

Desde que en 1958 la celebración del 12 de octubre había quedado enmarcada en nuevas relaciones de cooperación económica entre España y el mundo, el servicio exterior del régimen, en manos de tecnócratas católicos, se esforzó en el fomento de diálogos políticos y ambiciosos planes de desarrollo, aun fuera de las fronteras nacionales. Como desafío, la diplomacia franquista procuraba evitar la expansión comunista en América Latina sin restar el protagonismo, real o imaginado, de España en la región. La revolución acababa de estallar en Cuba. Y, aunque las medidas del nuevo gobierno cubano atendiesen más a nacionalismo que a comunismo, la coyuntura inspiraba a destensar vínculos y evadir razones ideológicas[18]. Para eso serviría la fiesta, con un programa ameno en actos y paseos por la isla. Mientras los embajadores cumplían funciones oficiales y descansaban, el franquismo promocionaba el turismo y la diversidad nacional. El propio ministro de Exteriores, F. Castiella, aconsejaba «aprovechar dicha conmemoración para que el cuerpo diplomático hispanoamericano (…) y los embajadores de los Estados Unidos y Portugal convivan durante unos días y entren en contacto sucesivamente con diversas regiones españolas»[19]. De hecho, la calma inauguró el ritual de una semana de actos conmemorativos en la isla. Se recibió a los invitados con un concierto de piano con música de Chopin en la Cartuja de Valldemosa, donde el músico polaco había pasado una temporada entre finales de 1838 y comienzos de 1839. La fiesta del 12 de octubre de 1960 había recuperado parte de las iniciativas que, en los años republicanos, reunían en la isla anualmente a los mejores compositores de la música clásica.

La puesta en escena de la fiesta en Mallorca puso al descubierto las dificultades de proyectar al mundo la idea de una nación española en vías de la modernización y el desarrollo económico. Por ejemplo, si bien el Aeropuerto de la isla se había abierto en el verano de 1960 a un mayor tráfico internacional, el régimen y la compañía Iberia no se pusieron de acuerdo en la promoción de la ruta aérea desde la península con motivo de la fiesta. Hubo traslados en avión para pocas autoridades y, con un presupuesto excedido, el ICH invitó al cuerpo diplomático iberoamericano, incluidas las esposas, a ir y venir en barco desde Barcelona para la celebración. Los empresarios locales se sumaron a los gastos sociales con alojamientos, comidas, vinos y ejemplares de publicidad sobre lo particular de las islas Baleares. Por su parte, uno de los curas amigos del régimen, Sebastián García Palou, ilustró a los diplomáticos sobre los aportes de los franciscanos de la isla a la evangelización en América, pero también a la divulgación del catolicismo en lengua catalana por Europa y el Mediterráneo.

En efecto, con la ciudad de Palma de Mallorca engalanada de banderas españolas y de los países de América Latina, Portugal y Estados Unidos, y con un gentío de espectadores en la plaza de la Iglesia, el acto público central –con Te Deum y discurso académico– se realizó el 12 de octubre en el templo de San Francisco donde vivió Junípero Serra, pero también donde está el sepulcro de Ramón Llull. Ante este último, las autoridades e invitados escenificaron su recuerdo como símbolo del pacifismo en la región mediterránea desde la Edad Media depositando una ofrenda floral. El santuario religioso y del nacionalismo balear se había renovado en el ritual de la fiesta para el nacionalismo español. La liturgia se había abierto con un pase de tropas de infantería que rindió homenaje a la bandera española y se cerró con un discurso del ministro Castiella cargado de detalles y halagos para todos los frentes, el momento más oficioso de la ceremonia. Destacó el carácter vinculante de la isla en el espacio mediterráneo desde la antigüedad y sus aportaciones a las expediciones atlánticas, con marinos y cartógrafos. Esa imagen de espacio para buenas relaciones se correspondía, además, con el mensaje aireado sobre el pensamiento de Llull a favor de la paz y el entendimiento entre pueblos diversos. En realidad, las referencias aludían a una política exterior española conveniente para esos momentos: ser puente de diálogo entre Europa y América, atajar el anticomunismo y fomentar el desarrollo en la región. Por eso, se alardeó de los apoyos a la recientemente estrenada representación española en los organismos internacionales, de futuras inversiones para América Latina y de la contribución de la emigración al crecimiento económico de la región. Por fin, sus palabras elogiaron a Junípero Serra como el apóstol de California que había creado nuevos paisajes de olivos, naranjos, vides y pórticos barrocos a semejanza del entorno mediterráneo[20].

El relato retrospectivo y retórico, asociado al catolicismo y a un pasado próspero de conquista y colonización, amoldó una vez más los referentes culturales esenciales para el nacionalismo español. En los festejos del 12 de octubre de 1960 se recreó un pasado civilizador de la nación; hasta en territorios norteamericanos se había propagado la cruzada de hidalgos españoles creyentes, guerreros y trabajadores. Sin embargo, para la ocasión se vinculó ese pasado con otras cosas: lo típico de la región y sus posibilidades para un turismo especial, por un lado, y las relaciones internacionales de España con los Estados Unidos, por el otro. Con esos propósitos se orquestaron los símbolos y el programa para el resto de la fiesta placentera. Al día siguiente de los actos oficiales, las autoridades locales, regionales, nacionales y diplomáticas se reunieron en Petra como homenaje a Junípero Serra en su villa natal. Y, antes de la visita a población rural, los invitados a la conmemoración hicieron un viaje de excursión por el interior de la isla. La Dirección General de Turismo de Baleares atendió los deseos del Estado y paseó al director del ICH y al cuerpo diplomático, con sus acompañantes, por Manacor y Porto Cristo. En las cuevas del Drach, los invitados atravesaron con barcas el largo Martel tras escuchar un concierto; toda una muestra de placer cultural para promocionar el ocio para las clases medias emergentes del franquismo desarrollista[21]. Mientras la música y el espectáculo de estalactitas y estalagmitas reunían a diplomáticos iberoamericanos, el ministro Castiella y el embajador de Estados Unidos atendían a intereses más concretos con una visita en la localidad de Soller a la estación de radar gestionada por las fuerzas militares norteamericanas, españolas y francesas que, desde allí y en colaboración, controlaban el paso de aviones de otros países por el territorio nacional[22].

La población de Petra recibió a tan encumbrados visitantes con balcones adornados de flores, mirtos y banderas de España y Estados Unidos. Desde que se había inaugurado el Museo y Centro de Estudios Juniperianos, en 1959, los paisanos estaban familiarizados con el ajetreo de gente al pueblo, ya que el edificio y la casa natal del misionero eran lugares visitados por los norteamericanos encantados con Mallorca. Muchos de ellos pertenecían a la Asociación de Amigos del Fray Junípero, presidida por una mujer en representación de la colonia norteamericana en la isla, Dina Morre Bowden. Los discursos oficiales durante la visita certificaron el significado del edificio como lazo de unión entre dos regiones periféricas de España y Estados Unidos. El embajador J. D. Lodge, al frente de la representación diplomática y de la política de propaganda entre 1955 y 1961, elogió a Junípero como «hombre ejemplar (al igual que Colón)», uno de los «últimos conquistadores, y símbolo de España para el pueblo californiano y de unión entre civilizaciones y dos mundos». El discurso del director del ICH, Blas Piñar, cargado de antiliberalismo y anticomunismo, colocó a Junípero como la representación de «otra forma de civilización occidental» basada, según decía, en la religión, la cultura y el trabajo. Y fantaseaba en que el Museo, y de paso Mallorca, se convirtiesen en santuario de la Hispanidad, la comunidad imaginada internacional sin Estado del franquismo. Finalmente, el discurso del ministro Castiella, más moderado, también espetó honores a Junípero como símbolo de unión entre Mallorca y California e incluyó en esa empresa, y para la conservación del vínculo, a D. M. Bowden, quien recibió del gobierno español la distinción de la Orden del Mérito Civil[23]. Como colofón, todos los visitantes oficiales depositaron una corona de flores en el monumento de Junípero en la Plaza Mayor de Petra[24].

La visita a Petra y las excursiones previas enmarcaron la imagen de la isla promovida entonces por el régimen para un turismo especial y preservado de la masificación e inversión que la engulliría pocos años después. La fiesta del 12 de octubre de 1960 transmitió la idea de que la famosa y elegante isla, destino de los turistas anglosajones, no formaba parte todavía del crecimiento escenificado. Desde que se había elevado el turismo a nivel de cartera ministerial en 1951, el desafío fue explotar una fuente de ingresos sin despertar alarmas en su base socialmente conservadora al tiempo que se salía del ostracismo internacional[25]. Con la fiesta, los poderes públicos hicieron propaganda de la isla como lugar natural, con cultura y patrimonio histórico. Los actos mostraron a Mallorca como un territorio de sosiego, pinares y mar azul. De hecho, el programa de actos de la celebración estaba cargado de recuerdos tranquilos de paseos por la isla de Azorín, Rubén Darío y Miguel de Unamuno, y se escenificó la calma, la elegancia y el exotismo del territorio con los conciertos de música en la Cartuja de Valldemosa y en las Cuevas del Drach. Petra aportó el tradicionalismo típico y rústico que el régimen se empeñaba en preservar porque gustaba a los turistas extranjeros.

El tipismo regional y comarcal se representó en la celebración incluso con el folklore. Una vez cumplida la escala festiva en Petra, las autoridades y el cuerpo diplomático se trasladaron a la isla de Formentera y presenciaron una exhibición de danzas y coros vocales típicos de las islas Baleares. Organizados por provincias y localidades, desde los años cuarenta el régimen se había empeñado en difundir el variado repertorio del folklore nacional de todas sus regiones para su encuadre territorial[26]. La fiesta del 12 de octubre de 1960 en Mallorca ilustró cómo el régimen había promovido la exaltación de las costumbres y los estereotipos regionales como un complemento eficaz para la identidad nacional. La política centralizadora del franquismo escenificaba el respeto por lo regional para lograr apoyos y consensos populares y de las élites intermedias, aunque no reconociera la descentralización política como un pilar institucional. El folklore, encumbrado por la dictadura desarrollista, encajó las tradiciones locales y regionales para la esencia orgánica de la nación y las interpretó como contribuciones desde abajo, y diversas, de la identidad nacional española[27]. La exaltación de las tradiciones locales servía al franquismo como un eficaz vehículo de integración. Como expresión del patrimonio regional, los grupos folklóricos de bailes y voces competían por participar en el espectáculo de las fiestas; un momento fundamental para moldear la imagen pública del régimen. Para esa ocasión, se premió a la agrupación folklórica «Danzador de Vall d’Or» de Soller por haber exportado la imagen de la región por Europa, y descartó a otro grupo empeñado en hacer conocer las tradiciones de Baleares mediante un arte renovado de música y danzas populares. Lo propio y banal de la región se puso al servicio de la regeneración nacional durante los festejos. Como final a tan maratónico día, el ICH ofreció una cena de gala al ministro y al cuerpo diplomático que regresó al día siguiente a Barcelona atravesando las calmadas aguas del Mediterráneo.

Fotografía 1

«Actos en Mallorca, octubre de 1960», Archivo Central de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, AECID [Archivo Fotográfico de la Revista Mundo Hispánico], cajón 64, serie «Diplomacia», subserie «Hispanidad», carpetilla n.º 13.

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Fotografía 2

«Cuevas del Drach», octubre de 1960», Ibidem.

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3. El 12 de octubre en democracia: Las Palmas de Gran Canaria, 1977 [Subir]

En 1977, los festejos centrales del 12 de octubre se celebraron en Las Palmas de Gran Canaria. En la elección como sede de los actos, la ciudad había ganado, esa vez, el pulso a la competencia de Tenerife para los negocios políticos dentro del conjunto insular. La idea se venía elaborando desde 1975 a partir de la insistencia del entonces presidente de la comunidad provincial y del cabildo insular de Gran Canaria, Lorenzo Olarte Cullen, y del apoyo del entonces ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja. Un presupuesto generoso respaldaba la iniciativa de hacer conocer mejor Canarias entre los invitados de las representaciones diplomáticas americanas[28]. La conmemoración, ya en democracia, seguía teniendo el carácter itinerante heredado desde los años de la Guerra Civil. Y su organización institucional recayó en el Centro Iberoamericano de Cooperación, nuevo nombre que el primer gobierno de la transición democrática había dado al entonces ICH para marcar las diferencias con el franquismo[29].

Las islas Canarias habían albergado las fiestas centrales del Día de la Hispanidad en 1957 y en 1972. En plena dictadura franquista, los festejos habían hecho propaganda del americanismo en las islas recreando simbólicamente la posición estratégica de un lugar fundamental del territorio nacional para el imperio de los Reyes Católicos. Para entonces, los discursos del ministro Castiella habían apelado, una vez más, al mito americano desde las Canarias anunciando a lo grande nuevos rumbos en las relaciones de España con América[30]. Para la celebración de 1972, casi al final del franquismo, las autoridades locales se habían empeñado en incorporar a las islas en los planes de un turismo europeo más exclusivo, aprovechando que eran territorios entonces primordiales para las comunicaciones internacionales y de navegación aérea[31]. El franquismo había incorporado los elementos clave de la identidad de las islas al imaginario colectivo del españolismo y al desarrollo económico de la nación. A la celebración oficial de 1977 en las islas Canarias se unió el entonces presidente mexicano José López Portillo, de visita por España para sellar la reanudación de las relaciones diplomáticas entre México y España, rotas desde la Guerra Civil[32]. La compañía de aviones Iberia y sus simpáticas azafatas lucieron esta vez su disponibilidad para trasladar autoridades e invitados de todo tipo en vuelos rápidos y placenteros que comunicaban las islas con la península[33]. Ese año, la conmemoración generaba expectación por varios motivos.

En principio, porque por primera vez la nación española se iba a mostrar al mundo un día de fiesta nacional como aspirante a ser una democracia moderna y, pilotada por el joven rey Juan Carlos I, dispuesta a sobrellevar el lastre de casi 40 años de dictadura franquista. Aunque se hiciera desde un territorio periférico, el festejo iba a ser reflejo del cambio político, con sus novedades y continuidades. Lo hacía, además, después de un verano esperanzador y con una intensa agenda política. Las elecciones del 15 de junio de 1977 habían legitimado el gobierno provisional del centrista Adolfo Suárez. Desde entonces, el rey convivía un poco más seguro con unas Cortes democráticamente elegidas y un gobierno emanado de las mismas, y había asegurado la continuidad de la Corona en la jefatura de Estado con la proclamación de su hijo como príncipe de Asturias. El 28 de julio de 1977, además, se había solicitado formalmente la adhesión de España a la Comunidad Europea, y se abría el camino hacia la firma de los Pactos de Moncloa que sellarían el acuerdo entre las fuerzas políticas y sociales para transitar con sosiego hacia la democracia. Por fin, ese mismo verano, las Cortes se habían transformado en constituyentes[34].

En cuestión de fiestas, el 18 de julio, el día festivo vinculado por excelencia al recuerdo del franquismo desde 1939, había dejado de celebrarse en 1977 por decisión del consejo de ministros y en el debate político cobraba forma la idea de que fuese el día de la promulgación de la futura Constitución la efeméride de los españoles. Ese año el calendario festivo quedó compartido entre las fiestas del 12 de octubre y del 1 de mayo. En realidad, el gobierno de Adolfo Suárez evitó abrir la discusión política sobre los símbolos nacionales españoles como la bandera, el himno, las fiestas nacionales o el escudo. El nuevo régimen evadió borrar de un plumazo el pasado autoritario de la identidad nacional, ya que el desmantelamiento o cualquier cambio de una celebración implicaba de por sí una ruptura y una nueva forma de concebir la nación[35]. El desafío autonómico puso en cuestión, a su vez, los símbolos de identidad nacional compartidos. Ese año se celebró en Barcelona el 11 de septiembre como la primera Diada en libertad y el festejo fue toda una demostración de masas en favor de la democracia y la autonomía. A tal punto que la Generalitat había decidido suspender ese año los festejos del 12 de octubre[36].

Los apoyos internacionales eran, por tanto, clave para el proceso democratizador español y en ese itinerario se encauzaron las políticas de normalización de las relaciones diplomáticas con la región, Europa y el resto del mundo. En ese empeño voluntarioso de proyección hacia afuera y de regeneración política interna, América Latina era una pieza esencial y un campo idóneo para activar políticas favorables a España. Los aparejadores del Estado heredado de la dictadura habían recuperado en los años de transición la retórica proyectiva y liberal asociada al mito americano aunque sin romper del todo con la repiqueteada por el franquismo. De hecho, los gobiernos de la Unión del Centro Democrático mantuvieron la fiesta del 12 de octubre y la pusieron al servicio del americanismo en la identidad española y del diseño de una política exterior consensuada entre los actores políticos y en consonancia con el cambio interno. Progresivamente se fue abandonando el peso ideológico de la Hispanidad, asociado a valores ecuménicos del catolicismo civilizador, y fue cobrando forma la idea de una Comunidad Iberoamericana de Naciones (culturalmente vinculadas por una misma lengua) como eje medular de las relaciones con América Latina. El rey Juan Carlos I se comprometió con la idea desde los comienzos de la transición y la reiteró en su discurso para la festividad del 12 de octubre de 1976 en Cartagena de Indias; la primera vez que un jefe de Estado español había viajado a Colombia para celebrar el día en territorio americano[37].

Por lo tanto, las de 1977 fueron las primeras fiestas de la Hispanidad de la nación española con los reyes como anfitriones cuando la legitimidad de origen de la monarquía estaba todavía en cuestión. Si bien la sucesión de la Corona había sido establecida por una dictadura, el trono de Juan Carlos I se aseguró recién en diciembre de 1978 tras el reconocimiento constitucional. El rey, sin embargo, había participado de la conmemoración oficial antes de la muerte de Franco. De hecho, había acompañado al entonces jefe de Estado en su visita al ICH el día de la Hispanidad de 1975; el último acto público de Franco[38]. Desde los comienzos de la transición, por tanto, el rey se había comprometido con la celebración y su protagonismo la envolvió de un mayor entusiasmo. Aunque acompañado por otras autoridades del gobierno nacional y/o regional o local, su discurso en el acto académico y las inauguraciones de obras o exposiciones a su cargo pasaron a ser el centro de atención pública. Con todo, en el ritual no faltaron otros actos protocolarios como comidas con autoridades locales, del gobierno o representantes de embajadas, las visitas a ayuntamientos y a lugares vinculados con América, los bailes folklóricos regionales y las ofrendas florales al monumento a Colón en la ciudad española de ocasión que hacía el cuerpo diplomático.

La visita de los reyes a las islas Canarias para el día de la Hispanidad fue uno de los primeros actos de espectacularidad de la nueva monarquía por las regiones y ciudades españolas. Los viajes de los jefes de Estado por la geografía española habían sido habituales a lo largo del siglo xx y servían para renovar los vínculos de los territorios con la nación y el Estado. Lo habían hecho el rey Alfonso XIII y otros miembros de la monarquía, los dictadores Miguel Primo de Rivera y F. Franco, y los presidentes republicanos Niceto Alcalá Zamora y Manuel Azaña. Con el fin de popularizar la Corona para nuevos tiempos políticos, el rey Juan Carlos I combinó su periplo viajero por el interior de España con visitas al exterior, especialmente a América Latina. En la etapa preconstitucional, los viajes de los jóvenes reyes servían para medir adhesiones, generaban curiosidades, ensalzaban espectáculos y desplegaban impresionantes medidas de seguridad[39]. Todo se ponía en juego para enaltecer el papel de la institución como símbolo de la unión nacional.

El empeño de la Corona de identificar un territorio periférico de la nación con el Estado tenía una dimensión política: la de contrarrestar el desafío al españolismo por parte de los movimientos nacionalistas, a veces violentos, de algunas regiones de España como respuesta a un incipiente proceso de descentralización política. El reto tuvo como escenarios fundamentales a Cataluña y al País Vasco, lo que justificaría por ejemplo la temprana visita de Juan Carlos I a Barcelona en febrero de 1976 poco después de su coronación y a Bilbao recién en 1981 por miedo a la violencia terrorista. Pero también, el nacionalismo, violento y simbólico, sacudió a Canarias en esa etapa de transición y tuvo su protagonismo en la conmemoración del 12 de octubre. Para la ocasión, el Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC), fundado en 1964 al calor de los apoyos del nacionalismo argelino más radical, puso un explosivo en el puerto de Las Palmas envuelto en una bandera canaria que, en medio de los actos, fue interceptado por las fuerzas de seguridad. Estas habían tenido menos fortuna con el nacionalismo vasco radical de ETA que ese día destruyó instalaciones de la Guardia Civil en Pamplona y repetidores de TVE y de la compañía Telefónica; todo un mensaje simbólico y material de reacción contra la monarquía y sus planes futuros[40].

La visita de los reyes a las Canarias ayudaría, por tanto, a reafirmar la españolidad de las islas y «la americanidad» como rasgo de unidad de una nación plural. En su discurso central del día de la Hispanidad, Juan Carlos I destacó que «las islas (eran) doblemente españolas: porque (eran) patria de los españoles y porque están originariamente integradas en la mayor empresa española que más que ninguna otra justifica: la empresa de América»[41]. Los reyes sellaron su compromiso con esa parte de la nación visitando Tenerife, Fuerteventura, Gomera y Lanzarote después de los actos oficiales en Las Palmas. En Tenerife, la visita real estuvo cargada de aplomo institucional para convencer de un futuro venturoso a los militares, legionarios y trabajadores católicos de la ciudad con permisos laborales para animar el día en las calles[42]. A pesar de los mensajes esperanzadores sobre lo que traería el viaje del rey, españolizar a las islas no era empresa fácil. La opinión pública antimonárquica destacó la frialdad de la población canaria hacia la Corona y, sobre todo, que los reclamos de las islas al Estado eran muchos y venían desde diferentes frentes[43]. Hasta la Iglesia condicionó el compromiso de los canarios a una empresa común de la monarquía. Al final de la conmemoración, algunos medios echaron en falta un mayor contacto de los reyes con la gente y su participación en los festejos[44]. Otros, en cambio, celebraron que los actos hayan sido acogidos con expectación y simpatía por los canarios. En todo caso, no parecía fácil la empresa de identificación de una parte de la nación con el Estado a través de la Corona. Especialmente, cuando el viaje pretendía regenerar la vida de la ciudadanía de un territorio abandonado y con problemas pendientes de soluciones políticas como altos índices de paro, descapitalización de empresas, elevadas tasas de inflación, déficit de servicios sociales y separatismo[45].

Con todo, los actos se iniciaron el día 11 de octubre en el ayuntamiento de Las Palmas con una cena de honor a sus invitados ofrecida por los reyes. Al día siguiente, la ceremonia oficial, presidida por estos y el presidente de México y su esposa, consistió en un acto académico en el teatro Benito Pérez Galdós, de poco brillo y con apenas público; un ritual que recordaba al franquismo. Para la ocasión, el escritor argentino Ernesto Sábato destiló improvisadas reflexiones sobre España y el descubrimiento de América que no pasaron desapercibidas para algún periodista. Por su parte, el rey ofreció un discurso proyectivo de organización común de iniciativas culturales, educativas y científicas en un mismo idioma, y de reconocimiento de la españolidad de las islas Canarias como partes implicadas de la empresa americana. Según la prensa católica moderada, el discurso y la actuación del rey despuntaban sobre los tópicos estereotipados de la Hispanidad, una idea caduca que tanto había cacareado el régimen franquista, y favorecían a la formación de una Comunidad Iberoamericana de Naciones. Al acto asistieron invitados, autoridades nacionales –como el presidente de gobierno Adolfo Suárez y el ministro de exteriores Marcelino Oreja–, locales, representantes del Instituto de Cooperación Iberoamericana y del cuerpo diplomático latinoamericano, de Portugal, Filipinas y Estados Unidos como era costumbre. De forma espontánea, el rey y el presidente mexicano se sumaron a los bailes y cantos folklóricos preparados para la ocasión. Una vez retirados los invitados mexicanos, los actos continuaron con la inauguración de un impresionante dique en el puerto, nombrado Reina Sofía y preparado para recibir grandes petroleros, y del tendido de un cable submarino de cerca de 6.000 kilómetros, «El Columbus», entre las islas y Venezuela para mejores comunicaciones. Las obras simbolizaban el interés por el diálogo y los negocios en un mismo idioma entre esas geografías y, también, por el entendimiento con los opositores nacionalistas canarios empeñados desde los años sesenta en buscar apoyos en el exterior[46]. La celebración tuvo, por tanto, un carácter proyectivo. Como colofón al acto, todos fueron convidados con un almuerzo y una visita a la exposición sobre imaginería popular de Puerto Rico, organizada por el Centro Iberoamericano de Cooperación como marco para diálogos informales entre la prensa y las autoridades.

En esos actos centrales, algo había cambiado respecto al franquismo. La Iglesia había perdido el protagonismo en el ritual. No hubo misa solemne, como era tradición en la conmemoración desde comienzos del siglo xx. La religión no encajaba en una ceremonia donde el principal invitado era el presidente de un Estado laico y sin relaciones diplomáticas con la Iglesia católica. Sin la presencia de López Portillo, la Iglesia intervino en el programa del 12 de octubre: el obispo de la diócesis bendijo las nuevas obras de infraestructura y condicionó el compromiso de los canarios a la nación española pilotado por la Corona al reconocimiento de la propia identidad de las islas y a la disposición del Estado de mejorar esos territorios abandonados. Según el obispo Infantes Florido, quien desafiaba la ofensiva anticlerical al régimen franquista en plena agonía, la Iglesia transmitía las aspiraciones del pueblo canario[47]. Con todo, ese 12 de octubre tuvo su carga religiosa. La Guardia Civil conmemoró el Día de su Patrona, la Virgen del Pilar, como era costumbre. En Madrid, en 1977, la Dirección General de la Benemérita celebró una misa a la que asistieron ministros y autoridades[48]. En realidad, ese año, la escenificación del recuerdo de la corporación sirvió de escaparate para lo que se estaba cocinando en la política para el futuro democrático. Ese día, en el Palacio de Moncloa, reunidos el gobierno y los grupos políticos prepararon una batería de reformas a favor del fortalecimiento de la sociedad civil y la defensa de la democracia contra el terrorismo que incluían la ley de orden público, de Policía Nacional y otros textos legales que regulaban los derechos de libertades públicas, de reunión y asociación. Todas esas novedades políticas despertaron recelos entre los militares franquistas[49].

La presencia del presidente mexicano en las fiestas de la Hispanidad de 1977 fue todo un símbolo de la normalización de las relaciones exteriores de la democracia española y asentó registros para una política exterior hacia América Latina basada en la idea de vínculo, puente e integración. Las relaciones diplomáticas con México, solo oficiosas desde la Guerra Civil, se habían reanudado en marzo de 1977 y poco después tanto el presidente del gobierno provisional Adolfo Suárez como el líder de la oposición, Felipe González, habían viajado al país latinoamericano para sellar los reestrenados lazos[50]. La recuperación de los vínculos oficiales era todo un espaldarazo tanto para la política mexicana como la española. México había mantenido una posición inalterable de reconocimiento al gobierno republicano en el exilio, cobijado en su territorio y apoyado por una nutrida diáspora de españoles. Y, además, había encabezado la condena al régimen franquista en los foros internacionales desde el final de la Segunda Guerra mundial. López Portillo se sumó a la conmemoración como parte de un apretado programa de acuerdos de futuro y de visitas oficiales por diferentes lugares de la geografía española. Recibido por la más alta representación del Estado español, realizó un periplo vital a lo largo de la semana del 8 al 16 de octubre por Madrid, Las Palmas de Gran Canaria, Sevilla, Barcelona, Pamplona y Salamanca recibiendo honores de todo tipo. Participó de reuniones, brindis y comidas con los reyes, académicos, periodistas, industriales emprendedores y autoridades nacionales, regionales y locales. Y se sumó a homenajes lúdicos. Fue invitado a descubrir la diversidad de España, la organización de un Estado en vías de democratización, y el empeño en la modernización económica[51]. López Portillo había quedado tan deslumbrado de su visita a España que en su mensaje de despedida destacó la afinidad cultural entre los dos países, el vigor de su clase política en el gobierno y la oposición, y la vitalidad y el talante del joven rey[52].

Fotografía 3

José López Portillo en la fiesta popular de México en la Plaza Mayor de Madrid, 9 de octubre de 1977. Fuente: Mundo Hispánico, 536, noviembre de 1977.

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Como novedad de la fiesta del 12 de octubre de la recién estrenada democracia, la sociedad civil tuvo un protagonismo especial. Algunas asociaciones optaron por un festejo público alternativo a las iniciativas del Estado. En Madrid, Justicia y Paz, organizó una fiesta popular de solidaridad con América Latina en el campo de fútbol del barrio de San Blas que reunió, según algunos, a cerca de 70.000 personas[53]. La mayoría eran jóvenes atraídos por el despliegue de medios para festejar la ocasión: un recital de Joan Manuel Serrat y Daniel Viglietti, puestos de venta de salchichas, morcillas calientes y bebidas regentados por partidos políticos que buscaban votos y simpatizantes, y otras actividades lúdicas para avivar el día y socializar a la gente en un ambiente de democracia y festejo nacional. El festival se acabó convirtiendo en un acto político y reivindicativo de derechos para los músicos, minusválidos, marginales y los latinoamericanos perseguidos por las dictaduras militares. La celebración alternativa del 12 de octubre, en plena transición democrática, recuperó espacios para públicos y la sociedad civil, y complementaba los mensajes de la organizada desde arriba. El americanismo de los españoles en día de fiesta nacional se decantó por reivindicaciones a favor de la democracia y los derechos humanos.

4. Conclusiones [Subir]

Los casos estudiados refrendan la idea de que las celebraciones son observatorios idóneos para construir la biografía de las naciones y conocer cómo en cada contexto histórico el imaginario político interactuó con la cultura, las instituciones, la sociedad civil, y los intereses regionales e internacionales. Cómo y por quién se celebra dice mucho de las sociedades porque revelan sus fricciones, la pluralidad y la competencia de actores e interpretaciones. Con la fiesta del 12 de octubre se escenificó, tanto en dictadura como en democracia, que la identidad española se prolongaba en el mundo con América. La proyección externa era (y es) la referencia unitaria del nacionalismo español.

Tanto en el festejo de Mallorca de 1960 como el de Las Palmas de Gran Canaria en 1977 tuvieron una alta carga diplomática y la curiosidad de espectadores más que apoyos desde la sociedad civil. A su vez, conjugaron los componentes liberales y conservadores del nacionalismo español; ambos nostálgicos y proyectivos. El Estado adaptó en cada celebración los símbolos y los programas de festejos para propósitos políticos y edificadores de la narrativa nacional. El carácter itinerante de la fiesta por la geografía española sirvió no solo como vehículo de socialización y de consensos regionales, sino también de reconocimiento de la diversidad nacional y de promoción de lugares y regiones para el turismo.

En ambas celebraciones, el presente político, el devenir de las relaciones internacionales y las referencias culturales de cada región de la nación marcaron los rituales cargados de intenciones y el desempeño de los protagonistas en los festejos. En los de 1960 se escenificaron las buenas relaciones de España con los Estados Unidos y los vínculos de dos territorios periféricos de ambos Estados al tiempo que se promovía el turismo y la diversidad nacional ante los invitados a los festejos. Las referencias culturales de la isla de Mallorca se sumaron al relato retrospectivo asociado al catolicismo y a un pasado próspero de conquista y civilización de la nación. Los estereotipos regionales eran parte de la esencia de la nación y, por tanto, sirvieron como complemento eficaz de la identidad nacional que animó a la sociedad civil a implicarse en los festejos. Los de 1977 fueron reflejo del cambio político y de la regeneración de la identidad española para el proceso democratizador liderado por la monarquía. Sin romper del todo con la tradición del festejo del 12 de octubre, la celebración en las islas Canarias fue toda una apuesta de ingeniería política para medir apoyos internacionales y de territorios periféricos a la nación en los inicios del desafío autonómico y en la etapa preconstitucional. Toda una muestra de que, por entonces, españolizar no era cosa fácil.

Por fin, la fiesta del 12 de octubre demuestra ser parte de la evolución de la nación española y de su forma de posicionarse en una escala global. Fue flexible al cambio de circunstancias políticas. Y, más que reflejo de la identidad nacional española, la celebración contribuyó a formarla, reformarla y transformarla. Porque sus significados variaron, se adaptaron a intereses, contextos y geografías diferentes. Porque el contenido y la sustancia de lo representado se modificaron cada año, ofrecieron oportunidades para que el Estado y/o la sociedad civil reinventaran el símbolo menos controvertido del nacionalismo español. El 12 de octubre fue un complejo proceso de supervivencia, renovación y reinterpretación de una España diversa y de su lugar en el mundo.

Notas [Subir]

[1] Una versión inicial de este trabajo fue preparada para el Congreso del CEEIB celebrado en 2012 en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UCM. Investigación enmarcada en dos proyectos de investigación: «Nacionalismo español y sociedad civil en el siglo xx» (HAR2012-37963-C02-01) e «Imaginarios nacionalistas e identidad nacional española en el siglo xx» (HAR2008-06252-C02-02), Gobierno de España.
[2] Geertz Geertz, C. (2005) [1973]: La interpretación de las culturas. Madrid: Gedisa.(2005) [1973]; Baczko (Baczko, B. (1991). Los imaginarios sociales. Buenos Aires: Nueva Visión.1991): 27-31; Cohen (Cohen, A. P. (1985). The symbolic construction of community. London and New York: Routledge.1985). Como estudios, entre otros, Hobsbawm y Ranger (eds.) (Hobsbawm, E. y Ranger, T. (eds.) (2002) [1983]. La invención de la tradición. Barcelona: Crítica.2002) [1983]; Gills (ed.) (Gillis, J. (ed.) (1994). Commemorations. The Politics of National Identity. New Jersey: Princeton University Press.1994); Spillman (Spillman, L. (1997). Nation and Commemoration. Creating Identities in the Unites States and Australia. New York: Cambridge University Press.1997); McCrone y McPherson (McCrone, D. and McPherson, G. (2009). National Days. Constructing and Mobilising National Identity. London: Palgrave-Macmillan.2009); Elgenius (Elgenius, G. (2011). Symbols of Nations and Nationalism: Celebration Nationhood. Basingstoke: Palgrave-Macmillan.2011).
[3] Moreno Luzón y Núñez Seixas (eds.) (Moreno Luzón, J. (2013). ¿El rey de todos los españoles? Monarquía y nación. En J. Moreno Luzón y X. M. Núñez Seixas (eds.). Ser españoles. Nacionalismo español en el siglo xx (pp. 133-167). Barcelona: RBA editores.2013).
[4] Delgado Gómez-Escalonilla (Delgado Gómez-Escalonilla, L. (2003). La política latinoamericana de España en el siglo xx. Ayer. Revista de la Asociación de Historia Contemporánea, (49), 121-160.2003).
[5] Marcilhacy (Marcilhacy, D. (2010). Raza hispana. Hispanoamericanismo e imaginario nacional en la España de la Restauración. Madrid: CEPC.2010).
[6] García Sebastiani y Marcilhacy (García Sebastiani, M. y Marcilhacy, D. (2013). América y el 12 de octubre. En J. Moreno Luzón y X. M. Núñez Seixas (eds.), Ser españoles. Nacionalismo español en el siglo xx (pp. 364-398). Barcelona: RBA editores.2013).
[7] Como estudios pioneros sobre la Hispanidad en los comienzos del régimen franquista, González Calleja y Limón Nevado (González Calleja, E. y Limón Nevado, F. (1988). La Hispanidad como instrumento de combate. Raza e Imperio en la prensa franquista durante la guerra civil española. Madrid: CSIC.1988); Delgado Gómez-Escalonilla (Delgado Gómez-Escalonilla, L. (1988). Diplomacia franquista y política cultural hacia Iberoamérica, 1939-1953. Madrid: CSIC.1988 y Delgado Gómez-Escalonilla, L. (1992). Imperio de papel. Acción cultural y política exterior durante el primer franquismo. Madrid: CSIC.1992). Más recientemente y recogiendo tesis previas, Saz Campos (Saz Campos, I. (2003). España contra España. Los nacionalismos franquistas. Madrid: Marcial Pons.2003) y Box (Box, Z. (2010). España, año cero. La construcción simbólica del franquismo. Madrid: Alianza.2010): 242-257.
[8] Escudero (Escudero, M. (1994). El Instituto de Cultura Hispánica. Madrid: Colecciones Mapfre.1994).
[9] Marcilhacy (Marcilhacy, D. (2010). Raza hispana. Hispanoamericanismo e imaginario nacional en la España de la Restauración. Madrid: CEPC.2010): 436 y ss.
[10] Stavans y Jacksíc (Stavans, I. and Jaksíc, I. (2011). What is la hispanidad? A Conversation. Austin: University of Texas Press.2011); Sepúlveda Muñoz (Sepúlveda, I. (2005). El sueño de la Madre Patria. Hispanoamericanismo y nacionalismo. Madrid: Marcial Pons.2005).
[11] Powell (Powell, C. (1991). El piloto del cambio. El rey, la Monarquía y la transición democrática. Barcelona: Planeta.2011); Viñas (Viñas, Ángel (2003). En las garras del águila: los pactos con Estados Unidos, de Franco a Felipe González (1948-1995). Madrid: Crítica.2003).
[12] Niño y Montero (eds.) (Niño, A. y Montero, J. A. (eds) (2012). Guerra Fría y propaganda. Estados Unidos y su cruzada cultural en Europa y América Latina. Madrid: Biblioteca Nueva.2012).
[13] Fernández de Miguel (Fernández de Miguel, D. (2012). El enemigo yankee: las raíces conservadoras del antiamericanismo español. Zaragoza: Geneuve.2012).
[14] León Aguinaga (León Aguinaga, P. (2012). Faith in the USA. El mensaje de la diplomacia pública americana en España (1948-1960). En A. Niño y J. A. Montero (eds.). Guerra Fría y propaganda. Estados Unidos y su cruzada cultural en Europa y América Latina (pp. 197-234). Madrid: Biblioteca Nueva.2012): 210.
[15] Filmoteca Nacional, NODO, 332 B, 16.5.1949.
[16] Filmoteca Nacional, «Mallorca», NODO, 865 B, 3.8.1959.
[17] Toda la información sobre la fiesta extraída de AMAECE (Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación de España), DGPE (Dirección General de Política Exterior), Exp. R. 5929/3, 1960, «Conmemoraciones. Celebración de la fiesta de la Hispanidad año 1960»; R. 8259/8, 1960 y R. 6467/26. También, ABC, 25.9.1960 y 15.10.1960; Arriba, 13.10.1960, 14.10.1960 y 15.10.1960; y Ya, 15.10.1960.
[18] Del Arenal (Del Arenal, C. (1994). La política exterior de España hacia Iberoamérica. Madrid: Editorial Complutense.1994): 47-50.
[19] Carta de F. M. Castiella al gobernador civil de Baleares, Plácido Álvarez Buylla, 22.9.1960, AMAECE, DGPE, Exp. R. 5929/3.
[20] «Texto del discurso pronunciado, el día 12 de octubre de 1960, por el excelentísimo Sr. ministro de Asuntos Exteriores, Don Fernando María Castiella, en Palma de Mallorca, con ocasión de la Fiesta de la Hispanidad», AMAECE, DGPE, Exp. R. 8259/8. También, «El Sr. Castiella analiza las relaciones entre España y los países de su estirpe en los actos celebrados en Palma de Mallorca». ABC, 13.10.1960 (Archivo Juan Linz de la Transición española, Fundación Juan March; en adelante AJL, FJM).
[21] Sánchez Biosca (Sánchez Biosca, V. (2007). Las culturas del tardofranquismo. Ayer. Revista de la Asociación de Historia Contemporánea, 68 (4), 89-110.2007): 89-110.
[22] Otra estación de similares características en Roses, Cataluña. Sánchez Sánchez (Sánchez Sánchez, E. (2006). Rumbo al Sur. Francia y la España del desarrollo. Madrid: CSIC, 2006.2006): 131.
[23] AMAECE, DGPE, Exp. R. 6467/26. Para Blas Piñar, Mundo Hispánico, 152, noviembre de 1960. Para el acto, «Homenaje de las naciones hispánicas a Fray Junípero Serra en Petra (Mallorca)», ABC, 14.10.1960 (AJL, FJM). Para la Asociación y Mrs. D. M. Bowden, ABC, 3.12.1955, p. 27 y 11.6.1960, p. 72.
[24] «Actualidad nacional», Filmoteca Nacional, NODO, 929 C, 24.10.1964.
[25] Para Mallorca y el turismo, Pack (Pack, S. D. (2009a). Turismo y cambio político en la España de Franco. En N. Townson (ed.), España en cambio. El segundo franquismo, 1959-1975 (pp. 23-47). Madrid: Siglo XXI.2009a): 23-47; Pack (Pack, S. D. (2009b). La invasión pacífica. Los turistas y la España de Franco. Madrid: Turner.2009b): 99, 121 y 129 y Moreno Garrido (Moreno Garrido, A. (2007). Historia del turismo en España en el siglo xx. Madrid: Síntesis.2007): 90-91, 129-130, 208 y 213.
[26] Núñez Seixas (Núnez Seixas, X. M. (2013). De gaitas y liras: sobre discursos y prácticas de la pluralidad territorial en el fascismo español (1930-1950). En M. A. Ruiz-Carnicer, Falange. Las culturas políticas del fascismo en la España de Franco (1936-1975) (pp. 289-316). Zaragoza: Instituto Fernando el Católico.2013): 289-316.
[27] Núñez Seixas (Núnez Seixas, X. M. (2009). El nacionalismo español regionalizado y la invención de identidades territoriales, 1960-1977. En Historia del Presente, (13), 55-70.2009): 3-70.
[28] AMAECE, DGRC, Exp. R. 18598/7 «Conmemoración en España del Día de la Hispanidad».
[29] R.D. 21722, BOE, 6/9/1977.
[30] «12 de octubre», Filmoteca Nacional, NODO, 772 A, 21.10.1957 y Mundo Hispánico, 116, nov. 1957, pp. 6-7.
[31] Mundo Hispánico, 296, nov. 1972, pp. 58-78.
[32] Lida (comp.) (Lida, C. (comp.) (2001). México y España en el primer franquismo, 1939-1950: rupturas formales, relaciones oficiosas. México: El Colegio de México.2001).
[33] Para detalles de la conmemoración, Archivo General AECID, Archivo ICH-CIC-ICI «cajas numeradas», 5336, carpetilla 12058, caja 684.
[34] Powell (Powell, C. (1991). El piloto del cambio. El rey, la Monarquía y la transición democrática. Barcelona: Planeta.1991): 250.
[35] Para la fiesta después de Franco, Humlebaek (Humlebaek, C. (2004a). La Constitución de 1978 como lugar de memoria en España. Historia y Política, (12), 187-210.2004a y Humlebaek, C. (2004b). La nación conmemorada. La fiesta nacional en España después de Franco. Iberoamericana. América Latina-España-Portugal, 13 (4), 87-99.b), Vernet i Lloblet (Vernet i Llobet, J. (2003). El debate parlamentario sobre el 12 de octubre, Fiesta Nacional de España. Ayer. Revista de la Asociación de Historia Contemporánea, (51), 135-152.2003) y Rodríguez (Rodríguez, M. (2010). La célébration du 12 octobre à l’approche du Ve centenaire: d’ un récit à l’autre. En M. Graciete Besse et M. Ralle (coords.), Les Grands Récits: Miroirs Brisés (pp. 30-51). París: Indigo.2010). Sobre el pasado en los debates de la transición, Aguilar y Humlebaek (Aguilar, P. y Humlebaek, C. (2000). Collective Memory and National Identity in the Spanish Democracy. History and Memory, (14), 121-164.2000). También, Cuesta (Cuesta, J. (2008). La odisea de la memoria. Historia y memoria en España del siglo xx. Madrid: Alianza.2008): 289 y ss.
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